Actividad De Lengua

El tesoro escondido
(Adaptación de una fábula de Esopo)

A
quel labrador amaba a sus hijos más que a nadie en el mundo. Pero tenía un pequeño problema: le habían salido un poquitín haraganes. ¿Un poquitín? Bueno la verdad, sin exagerar, es que eran unos tremendos vagos.
El hijo mayor estudiaba. Nadie sabía qué. Pero debía de ser algo muy importante porque los libros que leía eran tangrandes que le cubrían la cabeza por completo. Algunos aseguraban que, más que leer, lo que hacía era ocultarse detrás de los libros para dormir a pata suelta, pero cuando se le preguntaba si los sonidos que emitía eran ronquidos, respondía que de ninguna manera, que eran los ruidos de su cerebro al trabajar tanto.
El hijo del medio, en cambio, aseguraba ser un pensador. Y como para pensar hacefalta mucho silencio, se encerraba horas y horas en su habitación a estrujarse los sesos.
El menor se proclamaba poeta. Y aunque nadie conocía un solo verso proveniente de su pluma, él siempre decía que estaba a punto de terminar su obra maestra.
Lo curioso es que pasaban los años y ninguno terminaba nada.
–O no nacieron para el estudio, el pensamiento y la poesía, o me están mintiendopara no tener que trabajar –se quejaba el padre.
Sin embargo, tanto los quería, que jamás les hacía un reproche. Y solo, sin más ayuda que sus propias manos, trabajaba todos los días en los viñedos de la familia.
Así pasaba el tiempo y, mientras los hijos se hacían grandes, el padre se fue haciendo viejo. Y un buen día, cuando despertó, el cuerpo le dolió tanto que no pudo levantarse.“¡Reposo absoluto!”, ordenó el doctor, y al pobre labrador se le cayó el alma a los pies.
–Si no puedo trabajar –se lamentó–, ¿quién cuidará de mis vides?
Y miró a sus hijos, que no tardaron en responder.
–¡Él! –gritaron al unísono y el mayor señaló al menor, el menor al del medio, y el del medio al mayor.
El padre sacudió la cabeza y decidió que él mismo repartiría las tareas. A unole encargó el riego, al otro remover la tierra y al tercero, quitar los yuyos.
A regañadientes, los hijos partieron a cumplir las órdenes. Pero cuando anocheció y ninguno regresó, el padre comenzó a preocuparse. Y se levantó para ver por qué tardaban tanto.
Al mayor lo encontró dormido en el cobertizo de las herramientas. Al del medio, arriba del tractor. Y al menor lo buscó un buen ratohasta que lo descubrió en su habitación, soñando entre ronquidos.
Y entonces, muy entristecido, se volvió a acostar. Perdería su viñedo, por el que tanto se había esforzado toda la vida. ¿Qué podría hacer para que sus hijos le encontraran el gusto al trabajo? Se hizo esa pregunta durante un buen rato, hasta que encontró la respuesta.
A la mañana siguiente, en lugar de reprenderlos, sedisculpó:
–Nunca debí obligarlos a hacer algo que tanto les disgusta.
Los hijos se miraron entre sí, dudando de que su padre hablara en serio. Pero éste, imperturbable, prosiguió:
–Para este momento he guardado el tesoro, así tendremos de qué vivir ahora que yo no puedo trabajar.
–¿Cuál tesoro? –preguntó el mayor.
–El que enterré en la viña –respondió.
–¿Enterraste un tesoro enla viña? –se sorprendió el del medio.
–Sí, y uno bien grande. Más grande que lo que ustedes son capaces de imaginar –dijo el padre, muy serio.
–¿Y dónde lo enterraste? –quiso saber el menor.
–Ese es el problema: no me acuerdo.
No tuvo que decir más para que sus hijos se pusieran manos a la obra. Tomaron picos, azadas y palas, y corrieron hacia el viñedo.
Primero quitaron lasmalezas y los yuyos para poder ver mejor dónde debían buscar. Luego echaron agua en la tierra para ablandarla. Y finalmente cavaron y picaron hasta bien entrada la noche.
Nada encontraron aquel día, ni los días y las semanas siguientes. Sin embargo, siguieron buscando. Y de tanto remover la tierra y trabajar en ella, no sólo las viejas y descuidadas plantas recuperaron su antiguo vigor, sino...