Alcott Louisa May Merienda
MERIENDA
LOUISA M. ALCOTT
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-Hermana Jerusha, realmente me abruma ver cómo esos muchachitos comen esos pasteles y alimentos tan malos, día tras día, cuando deberían merendar con alimentos saludables. De veras ansío ir a repartir a cada uno un buen pedazo de pan con manteca, o uno de nuestros pastelitos grandes -declaró la bondadosa MehitabelPlummer, mientras reanudaba su tejido después de contemplar largo rato a los niños que salían en tropel de la escuela primaria, situada en frente, para corretear por el patio, sentarse en los pilares, o precipitarse en un mísero tenducho cercano, en cuyo escaparate se exhibían montones de tartas y bizcochos grasientos. Estos no habrían atraído a nadie que no fuera un escolar hambriento, ydeberían haberse llamado "Dispepsia" y "Jaqueca", tan insalubres eran.
La señorita Jerusha apartó la mirada de su decimoséptimo cobertor de retacitos y respondió con expresión compasiva:
-Si tuviéramos en cantidad suficiente como para repartir, yo misma lo haría, para así salvar a esos pobres muchachos engañados de los vahídos biliosos que sin duda sufrirán antes de las vacaciones.' Ese gordito yaestá amarillo como un limón, y no es de extrañar, pues lo he visto comer, durante una sola merienda, media docena de espantosos pasteles.
Las dos ancianas sacudieron la cabeza y suspiraron, porque vivían una vida muy tranquila en la casa estrecha cuyos fondos daban a la calle y que, apretujada entre dos tiendas, parecía tan fuera de lugar como lo habrían parecido las buenas solteronas entre losalegres muchachuelos del otro lado. Día tras día, sentadas junto a las ventanas, las ancianas habían aprendido a gozar observando a los muchachos que mes a mes iban y venían como abejas a su colmena. Tenían sus favoritos, y entretenían muchas largas horas especulando acerca, del aspecto, modales y probable situación social de los jovencitos. Un muchacho cojo era el mimado de Jerusha, pese a nohaber hablado nunca con él; y un joven alto, de cara despierta, que parecía dominar a los demás, se ganó el corazón de la señorita Hetty al ayudarla a cruzar la calle, un día en que estaba resbaladiza. Ellas anhelaban remendar algunas de esas ropas raídas, animar a los más torpes y descorazonados, aconsejar a los enfermos, reprochar a los groseros, y sobre todo, alimentar a quienes insistían enadquirir su almuerzo en la sucia panadería cercana.
Aquellas almas buenas eran excelentes cocineras, y poseían muchos libros llenos de toda clase de recetas, que rara vez utilizaban, pues vivían con sencillez y tenían pocas compañías. Para ellas tenía un encanto particular, cierta especie de pastelito de melaza, preparado por su venerada madre, que fuera renombrada ama de casa en su época, ycomido por las hermanas cuando niñas. Siempre tenían repleta una caja de latón aunque sólo de vez en cuando mordisqueaban alguno y preferían regalarlos a los niños pobres cuando todos los días, trotaban rumbo al mercado. En muchas ocasiones, la señorita Hetty sintióse tentada a invitar a los escolares, pero se contenía porque eran niños fuertes, a quienes ella consideraba más o menos como un gatobenévolo a un grupo de perritos retozones.
Aquel día, la caja estaba repleta de pastelitos frescos, crujientes, tostados y dulces, cuyo olor aromático llenaba la habitación, y la puerta del armario de las porcelanas se mantenía sugestivamente abierta. Los anteojos de la señorita Hetty se volvieron en esa dirección, para luego volver a la escena de la calle, cómo si tratara de reunir valor parahacer algo. En ese precisó momento, ocurrió una cosa que la decidió y selló el destino de las tartas de mala calidad y su fabricante.
Unos cuantos de los niños más pequeños jugaban a las bolitas en la acera, pues en el patio se jugaba a la rayuela y el rango y tenían lugar refriegas amistosas de modo que no era posible hallar ningún sitió tranquilo. El gordito se sentó en un poste cercano, y...
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