ANACLETO MORONES

Páginas: 18 (4300 palabras) Publicado: 27 de marzo de 2013
Juan Rulfo
(México, 1918-1986)

Anacleto Morones
(El Llano en llamas, 1953)

        ¡Viejas, hijas del demonio! Las vi venir a todas juntas, en procesión. Vestidas de negro, sudando como mulas bajo el mero rayo del sol. Las vi desde lejos como si fuera una recua levantando polvo. Su cara ya ceniza de polvo. Negras todas ellas. Venían por el camino de Amula, cantando entre rezos, entre elcalor, con sus negros escapularios grandotes y renegridos, sobre los que caía en goterones el sudor de su cara.
        Las vi llegar y me escondí. Sabía lo que andaban haciendo y a quién buscaban. Por eso me di prisa a esconderme hasta el fondo del corral, coriendo ya con los pantalones en la mano.
        Pero ellas entraron y dieron conmigo. Dijeron: “¡Ave María Purísima!”
        Yo estabaacuclillado en una piedra, sin hacer nada, solamente sentado allí con los pantalones caídos, para que ellas me vieran así y no se me arrimaran. Pero sólo dijeron: “¡Ave María Purísima!” Y se fueron acercando más.
        ¡Viejas indinas! ¡Les debería dar vergüenza! Se persignaron y se arrimaron hasta ponerse junto a mi, todas juntas, apretadas como en manojo, chorreando sudor y con los pelosuntados a la cara como si les hubiera lloviznado.
        —Te venimos a ver a ti, Lucas Lucatero. Desde Amula venimos, sólo por verte. Aquí cerquita nos dijeron que estabas en tu casa; pero no nos figuramos que estabas tan adentro; no en este lugar ni en estos menesteres. Creímos que habías entrado a darle de comer a las gallinas, por eso nos metimos.Venimos a verte.
        ¡Esas viejas! ¡Viejas yfeas como pasmadas de burro!
        —¡Dígame qué quieren! —les dije, mientras me fajaba los pantalones y ellas se tapaban los ojos para no ver.
        —Traemos un encargo. Te hemos buscado en Santo Santiago y en Santa Inés, pero nos informaron que ya no vivías allí, que te habías mudado a este rancho. Y acá venimos. Somos de Amula.
        Yo ya sabía de dónde eran y quiénes eran; podía hastahaberles recitado sus nombres, pero me hice el desentendido.
        —Pues si Lucas Lucatero, al fin te hemos encontrado, gracias a Dios.
        Las convidé al corredor y les saqué unas sillas para que se sentaran. Les pregunte que Si tenían hambre o que si querían aunque fuera un jarro de agua para remojarse la lengua.
        Ellas se sentaron, secándose el sudor con escapularios.
       —No, gracias —dijeron—. No venimos a darte molestias. Te traemos un encargo. ¿Tu me conoces, verdad, Lucas Lucatero? —me preguntó una de ellas.
        —Algo—le dije — Me parece haberte visto en alguna parte. ¿No eres, por casualidad, Pancha Fregoso, la que se dejó robar por Homobono Ramos?
        —Soy, si, pero no me robó nadie. esas fueron puras maledicencias. Nos perdimos los dos buscandogarambullos. Soy congregante y yo no hubiera permitido de ningún modo...
        —¿Qué, Pancha?
        —¡Ah!, cómo eres mal pensado, Lucas. Todavía no se te quita lo de andar criticando gente. Pero, ya que me conoces, quiero agarrar la palabra para comunicarte a lo que venimos.
        —¿ No quieren ni siquiera un jarro de agua? —les volví a preguntar.
        —No te molestes. Pero ya que nosruegas tanto, no te vamos a desairar.
        Les traje una jarra de agua de arrayán y se la bebieron. Luego les traje otra y se la volvieron a beber. Entonces les arrimé un cántaro con agua del río. Lo dejaron allí, pendiente, para dentro de un rato, porque, según ellas, les iba a entrar mucha sed cuando comenzara a hacerles la digestión.
        Diez mujeres, sentadas en hilera, con sus negrosvestidos puercos de tierra. Las hijas de Ponciano, de Emiliano, de Crescenciano, de Toribio el de la taberna y de Anastasio el peluquero.
        ¡Viejas carambas! Ni una siquiera pasadera. Todas caídas por los cincuenta. Marchitas como floripondios engarruñados y secos. Ni de dónde escoger.
        —¿Y qué buscan por aquí?
        —Venimos a verte.
        —Ya me vieron. Estoy bien. Por mí...
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