antologia

Páginas: 135 (33522 palabras) Publicado: 18 de abril de 2013
El pequeño Tuck

Pues sí, éste era el pequeño Tuk. En realidad no se llamaba así, pero éste era el nombre que se daba a sí mismo cuando aún no sabía hablar. Quería decir Carlos, es un detalle que conviene saber. Resulta que tenía que cuidar de su hermanita Gustava, mucho menor que él, y luego tenía que aprenderse sus lecciones; pero, ¿cómo atender a las dos cosas a la vez? El pobre muchachitotenía a su hermana sentada sobre las rodillas y le cantaba todas las canciones que sabía, mientras sus ojos echaban alguna que otra mirada al libro de Geografía, que tenía abierto delante de él. Para el día siguiente habría de aprenderse de memoria todas las ciudades de Zelanda y saberse, además, cuanto de ellas conviene conocer.
Llegó la madre a casa y se hizo cargo de Gustavita. Tuk corrió a laventana y estuvo leyendo hasta que sus ojos no pudieron más, pues había ido oscureciendo y su madre no tenía dinero para comprar velas.







-Ahí va la vieja lavandera del callejón -dijo la madre, que se había asomado a la ventana-. La pobre apenas puede arrastrarse y aún tiene que cargar con el cubo lleno de agua desde la bomba. Anda, Tuk, sé bueno y ve a ayudar a la pobre viejecita.Harás una buena acción.
Tuk corrió a la calle a ayudarla, pero cuando estuvo de regreso la oscuridad era completa, y como no había que pensar en encender la luz, no tuvo más remedio que acostarse. Su lecho era un viejo camastro; tendido en él estuvo pensando en su lección de Geografía, en Zelanda y en todo lo que había explicado el maestro. Debiera haber seguido estudiando, pero era imposible, yse metió el libro debajo de la almohada, porque había oído decir que aquello ayudaba a retener las lecciones en la mente; pero no hay que fiarse mucho de lo que se oye decir.
Y allí se estuvo piensa que te piensa, hasta que de pronto le pareció que alguien le daba un beso en la boca y en los ojos. Se durmió, pero no estaba dormido; era como si la anciana lavandera lo mirara con sus dulces ojos yle dijera:






-Sería un gran pecado que mañana no supieses tus lecciones. Me has ayudado, ahora te ayudaré yo, y Dios Nuestro Señor lo hará en todo momento.
Y de pronto el libro empezó a moverse y a agitarse debajo de la almohada de nuestro pequeño Tuk.
-¡Quiquiriquí! ¡Put, put! -Era una gallina que venía de Kjöge.
-¡Soy una gallina de Kjöge! -gritó, y luego se puso a contar del númerode habitantes que allí había, y de la batalla que en la ciudad se había librado, añadiendo empero que en realidad no valía la pena mencionarla.
Otro meneo y zarandeo y ¡bum!, algo que se cae: un ave de madera, el papagayo del tiro al pájaro de Prastö. Dijo que en aquella ciudad vivían tantos habitantes como clavos tenía él en el cuerpo, y estaba no poco orgulloso de ello.
-Thorwaldsen vivió muycerca de mí. ¡Cataplún! ¡Qué bien se está aquí!







Pero Tuk ya no estaba tendido en su lecho; de repente se encontró montado sobre un caballo, corriendo a galope tendido. Un jinete magníficamente vestido, con brillante casco y flotante penacho, lo sostenía delante de él, y de este modo atravesaron el bosque hasta la antigua ciudad de Vordingborg, muy grande y muy bulliciosa porcierto. Altivas torres se levantaban en el palacio real, y de todas las ventanas salía vivísima luz; en el interior todo eran cantos y bailes: el rey Waldemar bailaba con las jóvenes damas cortesanas, ricamente ataviadas. Despuntó el alba, y con la salida del sol desaparecieron la ciudad, el palacio y las torres una tras otra, hasta no quedar sino una sola en la cumbre de la colina, donde se levantaraantes el castillo. Era la ciudad muy pequeña y pobre, y los chiquillos pasaban con sus libros bajo el brazo, diciendo:
-Dos mil habitantes -pero no era verdad, no tenía tantos.
Y Tuk seguía en su camita, como soñando, aunque no soñaba, pero alguien permanecía junto a él.








-¡Tuquito, Tuquito! -dijeron. Era un marino, un hombre muy pequeñín, semejante a un cadete, pero no era un...
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