Azteca

Páginas: 12 (2843 palabras) Publicado: 5 de noviembre de 2012
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Vicente Blasco Ibañez

El milagro de San Antonio
Hacia años que Luis no habia visto las calles de Madrid a las nueve de la mañana. A esta hora comenzaban a dormir todos los amigos del Casino; pero él, en vez de meterse en la cama, habia cambiado de traje y se dirigia a la Florida, mecido por el dulce vaivén de su elegante carruaje. Al volver a su casa, después de amanecido, lehabian entregado una carta traida en la noche anterior. Era de aquella desconocida que mantenia con él extraña correspondencia durante dos semanas. Una inicial por firma y la letra de carácter inglés, fina, correcta e igual a las de todas las que han sido pensionista del Sacre Coeur. Hasta su mujer la tenia asi. Parecia que era ella la que le escribia, citándole a las diez en la Florida, frente ala iglesia de San Antonio. ¡Qué disparate! Haciale gracia pensar, mientras marchaba a una cita de amor, en su mujer, aquella Ernestina, cuyo recuerdo raras veces venia a turbar las alegrias de su vida de soltero, o, como decia él, de marido emancipado. ¿Qué haria ella a tales horas? Cinco años que no se veian, y apenas si tenia noticias suyas. Unas veces viajaba por el extranjero; otras sabia queestaba en provincias, en casa de viejos parientes, y aunque residia largas temporadas en Madrid, nunca se habian encontrado. Esto no es Paris ni Londres; pero resulta suficientemente grande para que no se tropiecen nunca dos personas, cuando una hace la vida de mujer abandonada, visitando más las iglesias que los teatros, y la otra se agita en el mundo de noche y vuelve a casa todos los dias a lahora en que, el frac arrugado y la pechera abombada, se impregnan del polvo que levantan los barrenderos y del humo de las buñolerias. Se casaron muy jóvenes, casi unos niños, y los revisteros mundanos hablaron mucho de aquella hermosa pareja que todo lo tenian para ser felices: ricos y casi sin familia. Primero, los arrebatos de pasión: una dicha que, encontrando estrecho el elegante nido de losrecién casados, paseaba su insolencia feliz por los salones para dar envidia al mundo; después, la monotonia, el cansancio, la separación lenta e insensible, sin dejar por esto de amarse; a él le atraian sus amistades de soltero, y ella protestaba con escenas y choques que hacian odiosa para Luis la vida conyugal. Ernestina quiso vengarse, haciendo sentir celos a su marido; se entregó conentusiasmo a tan peligroso juego, y tuvo sus coqueteos comprometedores con cierto attaché de Legación americana, que hasta alcanzaron visos de infidelidad. Bien sabia Luis que la cosa no tenia malicia; pero, ¡qué demonio!, él no servia para casado, le abrumaba aquella vida, y aprovechó la ocasión, tomando el asunto en serio. Con el americano se arregló, propinándole una estocada leve. ¡Pobre muchacho, quégran servicio le habia prestado sin saberlo! Y de Ernestina se separó sin escándalo, sin intervenciones judiciales. Ella, con sus parientes, con quien le diese la gana, y él, otra vez a su cuarto de soltero, como si nada hubiera pasado y sus dos años de matrimonio fuesen un largo viaje por el pais de las quimeras. Ernestina no se resignaba, y se revolvió, queriendo volver a Luis. Le amaba deveras; lo pasado eran niñadas, ligerezas; pero, aun cuando esto halagaba a Luis, provocaba su indignación como una amenaza a su libertad, milagrosamente recobrada. Por esto oponia la más terminante negativa a los señores respetables, antiguos amigos de la familia, que su mujer le enviaba como embajadores; ella misma thé varias veces a la

casa, sin conseguir que le franqueasen la puerta, y tan tenazera la resistencia de Luis, que hasta dejó de asistir a ciertas reuniones, adivinando que alli protegian a su esposa, y algún dia procurarian que se encontrasen casualmente. ¡Bueno era él para ablandarse! Era un marido ultrajado, y ciertas cosas, ¡vive Dios!, nunca se olvidan. Pero su conciencia de buen muchacho le replicaba con dureza: «Tú eres un pillo que finges ultrajes por conservar tu...
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