Caquita

Caía el sol sobre la pequeña mesa de madera y se fragmentaban en su superficie las sombras que proyectaban los vasos y las botellas y platos que reposaban encima. Un calor agobiante de mediados deagosto contagiaba a las moscas y el sudor, y un ambiente cálido pero repulsivo dominaba el salón. A los lados, estanterías repletas de libros reducían el poco espacio libre que quedaba. Un hombre deunos cuarenta años, sentado en un sofá frente a la ventana, observaba el televisor que estaba colocado justo debajo de ésta, encima de una mesita con ruedas. Sujetaba en su mano derecha un vaso de fondoplano, con hielos, y cada poco los hacía chocar los unos contra los otros como si ese sonido fuese capaz de refrescarle. Oyó el agua de las cañerías del baño del pasillo, y luego el chasquido de unapuerta de madera reseca por el calor abriéndose, y una chica joven, de poco más de veinte años, con el pelo recogido, se sentó en un sillón, en un ángulo muerto de la habitación, y apoyando sus codosen ambas rodillas flexionadas se sacó una cajetilla de tabaco del pantalón y se encendió un pitillo con un aire tan exageradamente dramático que incluso el hombre del sofá revisó los otros dosventanales del salón para ver si la intención de aquella chica había sido la de impresionar a los transeúntes (pues vivían en un primero y podían ver perfectamente a la gente que paseaba por el barrio yviceversa) o si tan sólo pretendía fumar en una situación algo tensa.
-¿Qué bebes?- preguntó ella. Y el hombre, distraído, agito casi por accidente la copa, hundió sus labios, se encogió de hombros y dijoque era un gin tonic.
-Creí que no te gustaba.
-Y no me gusta, hija, pero es domingo y es lo único que tenía por casa.
-¿No habías dejado de beber?, ¿no te dijo eso el médico?
-¿Y tú a qué has ido, sise puede saber, a vomitar?
La chica se encogió sobre sí misma, afectada, mientras su padre volvía a repasar el cuerpo de esta con una mirada desaprobadora y preocupada.
-Yo te quiero ayudar, hija....