Cien años de soledad

Páginas: 12 (2892 palabras) Publicado: 18 de septiembre de 2012
CIEN AÑOS DE SOLEDAD (FRAGMENTO)
Gabriel García Marquez
La huelga grande estalló. Los cultivos se quedaron a medias, la fruta se pasó en las cepas y los
trenes de ciento veinte vagones se pararon en los ramales. Los obreros ociosos desbordaron los
pueblos. La calle de los Turcos reverberó en un sábado de muchos días, y en el salón de billares
del Hotel de Jacob hubo que establecer turnosde veinticuatro horas. Allí estaba José Arcadio
Segundo, el día en que se anuncié que el ejército había sido encargado de restablecer el orden
público. Aunque no era hombre de presagios, la noticia fue para él como un anuncio de la
muerte, que había esperado desde la mañana distante en que el coronel Gerineldo Márquez le
permitió ver un fusilamiento. Sin embargo, el mal augurio no alterósu solemnidad. Hizo la jugada
que tenía prevista y no erró la carambola. Poco después, las descargas de redoblante, los ladridos
del clarín, los gritos y el tropel de la gente, le indicaron que no sólo la partida de billar sino la
callada y solitaria partida que jugaba consigo mismo desde la madrugada de la ejecución, habían
por fin terminado. Entonces se asomé a la calle, y los vio. Erantres regimientos cuya marcha
pautada por tambor de galeotes hacia trepidar la tierra. Su resuello de dragón multicéfalo
impregnó de un vapor pestilente la claridad del mediodía. Eran pequeños, macizos, brutos.
Sudaban con sudor de caballo, y tenían un olor de carnaza macerada por el sol, y la impavidez
taciturna e impenetrable de los hombres del páramo. Aunque tardaron más de una hora enpasar,
hubiera podido pensarse que eran unas pocas escuadras girando en redondo, porque todos eran
idénticos, hijos de la misma madre, y todos soportaban con igual estolidez el peso de los
morrales y las cantimploras, y la vergüenza de los fusiles con las bayonetas caladas, y el incordio
de la obediencia ciega y el sentido del honor. Ursula los oyó pasar desde su lecho de tinieblas ylevantó la mano con los dedos en cruz. Santa Sofía de la Piedad existió por un instante, inclinada
sobre el mantel bordado que acababa de planchar, y pensó en su hijo, José Arcadio Segundo, que
vio pasar sin inmutarse los últimos soldados por la puerta del Hotel de Jacob.

La ley marcial facultaba al ejército para asumir funciones de árbitro de la controversia, pero no
se hizo ninguna tentativade conciliación. Tan pronto como se exhibieron en Macondo, los
soldados pusieron a un lado los fusiles, cortaron y embarcaron el banano y movilizaron los trenes.
Los trabajadores, que hasta entonces se habían conformado con esperar, se echaron al monte sin
más armas que sus machetes de labor, y empezaron a sabotear el sabotaje. Incendiaron fincas y
comisariatos, destruyeron los rieles paraimpedir el tránsito de los trenes que empezaban a
abrirse paso con fuego de ametralladoras, y cortaron los alambres del telégrafo y el teléfono. Las
acequias se tiñeron de sangre. El señor Brown, que estaba vivo en el gallinero electrificado, fue
sacado de Macondo con su familia y las de otros compatriotas suyos, y conducidos a territorio
seguro bajo la protección del ejército. Lasituación amenazaba con evolucionar hacia una guerra
civil desigual y sangrienta, cuando las autoridades hicieron un llamado a los trabajadores para
que se concentraran en Macondo. El llamado anunciaba que el Jefe Civil y Militar de la provincia
llegaría el viernes siguiente, dispuesto a interceder en el conflicto.

José Arcadio Segundo estaba entre la muchedumbre que se concentré en la estacióndesde la
mañana del viernes. Había participado en una reunión de los dirigentes sindicales y había sido
comisionado junto con el coronel Gavilán para confundirse con la multitud y orientarla según las
circunstancias. No se sentía bien, y amasaba una pasta salitrosa en el paladar, desde que advirtió
que el ejército había emplazado nidos de ametralladoras alrededor de la plazoleta, y que...
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