Cuentos De Bernard Malamud

Páginas: 82 (20468 palabras) Publicado: 19 de abril de 2011
Bernard Malamud
Cuentos

Me vais a matar 3
Idiotas primero 8
Lectura de un verano 15
Los Zapatos de la Sirvienta 20
El barril mágico 29

Me vais a matar

Marcus era sastre, desde mucho antes de la guerra. Un hombre exuberante, de gran melena ya gris, cejas finas y frágiles y manos benevolentes, que, relativamente tarde en la vida, consiguió establecerse por su cuenta. Como, porasí decir, al prosperar él prosperó su mala salud, tuvo que emplear un sastre asistente que trabajaba en la trastienda y componía los trajes pero no podía, cuando se acumulaba el trabajo, ocuparse del planchado, de modo que hubo necesidad de emplear un planchador; con todo lo cual aunque la tienda marchaba bien no marchaba del todo bien.
Hubiera podido marchar mejor, pero el planchador, JosipBruzak, un polaco corpulento que flotaba en cerveza y sudor y trabajaba en camiseta y zapatillas de fieltro, con los pantalones cayéndosele hacia sus muslos de buey y arrugándosele en los tobillos, dio en detestar violentamente a Emilio Vizo, el sastre (o tal fuera al revés, Marcus no estaba seguro), un siciliano delgado y seco y con un pecho de palamo, que sentía por el polaco una acerada maliciao correspondía a la del otro. De resultas de sus peleas, el negocio se perjudicaba.
La razón de que se pelearan como lo hacían, hinchados y estremecidos como gallos de cólera, y además usando un lenguaje que metía miedo, gritando palabrotas tan groseras que ofendían a los clientes y a veces mareaban al desazonado Marcus hasta casi desmayarle, era un enigma para el sastre, que conocía laspenalidades de ambos y sabía que al fin y al cabo eran dos hombres muy parecidos. Bruzak, que vivía en una ruinosa pensión junto al East River, no paraba de tragar cerveza mientras trabajaba, y guardaba una docena de botellas en un cubo de metal herrumbroso lleno de hielo. Cuando Marcus, al principio, protestó, Josip, siempre respetuoso con el sastre, apartó el cubo y desapareció por la puerta traseraen dirección a la taberna vecina, y allí tomó sus vasos frecuentes, malgastando tanto tiempo que Marcus calculó que le resultaba más a cuenta aconsejarle que volviera al sistema del cubo. Cada día, a la hora del almuerzo, Josip sacaba del cajón un afilado cuchillito y cortaba trozos de un duro salchichón con ajo, y los comía con una espumeante miga de pan blanco, ayudándose con cerveza yterminando con café que se hacía en el hornillo de la plancha. A veces cocinaba un líquido mejunje de coles que apestaba por toda la tienda, pero en conjunto no le interesaban ni el salchichón ni las coles, y pasaba días en que se le veía cansado e inquieto hasta que (cosa que ocurría más o menos cada tres semanas) el cartero le traía una carta venida del otro lado. Cuando llegaban las cartas, a veces lasrompía al abrirlas con sus dedos torpes; olvidaba el trabajo y, sentado en un taburete, sacaba del mismo cajón unas gafas rajadas, y se las ajustaba a las orejas mediante unos cordeles atados para reemplazar las rotas varillas. Luego leía las hojas de papel que apretaba en el puño: una torcida letra polaca en desvaída tinta parda, cuyas palabras pronunciaba una a una en voz alta para que Marcus,que entendía la lengua pero prefería no oír, oyera. Antes de que el planchador extrajera dos frases enteras de la carta, la cara se le deshacía y se echaba a llorar, y lágrimas aceitosas le untaban las mejillas y la barbilla, de modo que parecía que le hubieran rociado con insecticida. Al final entraba en una atronadora tormenta de sollozos, algo que era terrible ver y que le dejaba inútil parahoras y echaba a perder la mañana.
Marcus se había muchas veces propuesto decirle que leyera las cartas en casa, pero las noticias que llegaban en ellas le partían el corazón, y no lograba decidirse a reñir a Josip, que por otra parte era un planchador magistral. En cuanto atacaba un montón de trajes, el vapor de la plancha silbaba regularmente, sin escapes, y cada pieza salía perfecta, sin...
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