Cuentos

Páginas: 21 (5040 palabras) Publicado: 13 de septiembre de 2011
NIEVE, CRISTAL, MANZANAS
No sé qué clase de ser sea ella. Nadie lo sabe. Mató a su madre al nacer, pero eso no es suficiente para juzgar. Me llaman sabia pero estoy lejos de serlo, pues todo lo que pude vaticinar fueron fragmentos, momentos congelados atrapados en pilas de agua o en la fría superficie de un trozo de cristal azogado.
Si hubiera sido sabia no habría tratado de cambiar lo que vi.Si hubiera sido sabia me habría inmolado antes de encontrarla, antes de haberlo atrapado a él. Sabia, y hechicera, es lo que ellos dicen; y yo había visto su rostro varonil en sueños y en superficies reflejantes durante toda mi vida: dieciséis años de soñar con él antes de que él atara su caballo junto al puente esa mañana y preguntara por mi nombre.
Me ayudó a subir en su alto caballo ycabalgamos juntos hacia mi pequeña cabaña, mi cara sepultada en el oro de su cabellera. Él reclamó lo mejor que yo tenía; el derecho de un Rey, hablando con propiedad. Por la mañana su barba era de un rojo cobrizo, y lo reconocí, no como a un rey, porque no sabía nada de reyes en ese entonces, sino como mi amado. Él obtuvo todo lo que quiso de mí, el derecho de los reyes, pero volvió a mí al díasiguiente y la noche después: su barba tan roja, su cabello del color del oro, sus ojos tan azules como el cielo en verano, su piel bronceada con el agradable tono del trigo maduro.
Su hija era sólo una niña: de no más de cinco años de edad cuando llegué al palacio. Un retrato de su madre muerta colgaba en la habitación de la princesa, en su torre: una mujer alta, el cabello del color de un bosqueobscuro, ojos del color de la nuez.
Ella era de una sangre diferente a la de su pálida hija.
La niña no comía con nosotros. No sé en que parte del palacio comía ella.
Yo tenía mis propias recámaras. Mi esposo, el Rey, tenía sus propias habitaciones también. Cuando lo deseaba enviaba por mí y yo iba a él, y le complacía, y me complacía en él. Una noche, muchos meses después de haber sido traída alpalacio, ella vino a mis habitaciones. Tenía seis años. Yo estaba bordando a la luz de la lámpara, entrecerrando los ojos bajo el humo y la caprichosa iluminación. Cuando erguí el rostro ella estaba ahí.
— ¿Princesa?
Ella no dijo nada. Sus ojos eran negros como el carbón, negros como su cabello; sus labios, más rojos que la sangre. Me miró y sonrió. Sus dientes parecían afilados incluso entonces,bajo la luz de la lámpara.
— ¿Qué haces fuera de tu recámara?
—Tengo hambre. — dijo, como cualquier niño.
Era invierno, cuando la comida fresca es un sueño de calidez y luz del sol, pero yo tenía tiras de manzanas maduras, descorazonadas y resecas, colgando de las vigas de mi recámara, y bajé una manzana para ella.
—Toma.
El otoño es la temporada para desecar, para preservar; es un tiempopara recoger manzanas, para derretir la grasa de los gansos. El invierno es la temporada del hambre, de la nieve, de la muerte; y es también el tiempo para el Festín del Equinoccio, cuando frotamos la grasa de los gansos en la piel de un cerdo entero, relleno con las manzanas del otoño, luego lo asuramos o doramos, y nos aprestamos a disfrutar del coscurro. Ella tomó la manzana seca de mi mano ycomenzó a mascarla con sus afilados dientes amarillos.
— ¿Está buena?
Ella asintió. Yo había temido a la pequeña princesa desde el principio, pero en ese momento me ablandé y, con mis dedos, gentilmente, palmeé su mejilla. Ella me miró y sonrió (rara vez sonreía), luego hundió su diente en la base de mi pulgar, el Montículo de Venus, e hizo brotar sangre.
Yo comencé a gritar, por el dolor y lasorpresa, pero ella me miró y yo guardé silencio. La pequeña princesa afirmó su boca en mi mano y lamió, mamó, bebió. Cuando concluyó, dejó mi recámara. Bajo mi mirada el corte que ella había hecho comenzó a cerrarse, a cicatrizar, a sanar. Al día siguiente era una cicatriz vieja: podía haberme hecho ese corte con una navaja en mi niñez.
Había sido congelada por ella, poseída y dominada. Eso me...
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