Educación

Páginas: 9 (2225 palabras) Publicado: 7 de noviembre de 2012
SOBRE LA CARTA DE UN MAESTRO


Recibo una carta de mi amigo y compañero don Antonio González Garbín, profesor hoy de la Facultad de Letras de la Universidad Central de Madrid, y que durante muchos años lo ha sido de la de Granada.

Es el señor González Garbín un anciano venerable y benemérito, hoy casi ciego, que durante una larga vida ha estado educando silenciosa ypacientemente a generaciones de jóvenes en el amor y el gusto de las culturas clásicas, griega y romana.

Al leer esto es fácil que se encoja de hombros y deje diseñarse en sus labios una sonrisa alguno de esos que se figuran que el conocimiento directo y el trato con aquellos escritores que han amaestrado a tantas generaciones es hoy por lo menos superfluo. Pero como yo creo que aunque elconocimiento y el cultivo de la antigüedad clásica no contribuyen desde luego a aumentar las rentas de un país, contribuyen, y mucho, a apartar a lo más florido de sus intelectuales de los fáciles pero funestos caminos de la superficialidad, me atengo a creer que González Garbín ha hecho no poco por formar caracteres.

Aquel hombre singular, de recio temple y espíritu comprensivo; aquel hombre queparecía arrancado al marco del Renacimiento italiano y que se llamó Ángel Ganivet, discípulo fue de González Garbín y muchas veces le oí hablar de éste con grandísima veneración y como el hombre que más había contribuido a formar su espíritu.

Y ahora viene lo de la carta a la que en la primera línea de este escrito me refiero. Y es que en ella, hablándome González Garbín de ciertassentencias y originales observaciones —es su frase— de un escritor español contemporáneo cuyo nombre callo por razón que me reservo, aunque dejándola adivinar a los agudos, añade: «Ellas me hacen recordar a aquel discípulo amadísimo mío Ángel Ganivet, en el que perdió la patria española un gran pensador y un consejero de gran valía, de nobilísimo corazón. Los maestros pasamos por ignorados días de luto yde gran aflicción. ¡Yo en un corto período de tiempo he llorado a mi querido Ángel; a Rafael Torres Campos, que se había conquistado merecida nombradía como científico y pedagogo, y al culto y elegante escritor Atienza, que enaltecía el nombre de España más allá de los mares!»

Pocas veces he encontrado en carta alguna un pasaje tan conmovedor en su severa sencillez clásica, y ha depermitirme el venerable maestro que lo saque al público.


Llevo unos veintitrés años dedicado al magisterio —en esta Universidad diecisiete— y son ya bastantes los jóvenes que por mí han pasado, y creo estar en tan buena disposición como el que más para comprender toda la íntima amargura, toda la intensidad de afectos que late bajo esta sencillísima frase: «Los maestros pasamos por ignoradosdías de luto y de gran aflicción».

Yo, que sé cuánto quería Ganivet a su maestro Garbín y de cuánto se le confesaba deudor, comprendo todo lo profundo de la aflicción que debió de embargar el alma del maestro al saber la temprana y malograda muerte del discípulo que más y mejor había de reflejarla. Es un dolor comparable, creo, al del padre que ve morir a su hijo cuando éste empieza aformar familia y a continuar en ella la sangre y el nombre de aquél, antes de que a su vez tenga hijos.

Porque la existencia de nietos que perpetúan su nombre y su sangre ha de templar en cierto modo la pena por la muerte del hijo.

En el prestigio de tantos hombres, cuyos nombres la fama lleva y exalta, ¿hasta qué punto entra la labor oscura de sus maestros?

A las veces salvalos mares del olvido en la historia algún maestro venerable, que nada nos dejó escrito, pero cuyo nombre pronuncian con respeto los que fueron sus discípulos. Así, el nombre de Sócrates que Platón y Jenofonte, sobre todo, nos lo han trasmitido rodeado de inmarchitable gloria y que con ella persiste a pesar de las fáciles rechiflas de Aristófanes. Porque el «titeo», como tiene origen tan...
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