El alferes real

Páginas: 332 (82953 palabras) Publicado: 20 de mayo de 2010
Eustaquio Palacios
El alférez real
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Índice
De Cali a Cañasgordas
La hacienda de Cañasgordas
Doña Inés de Lara
Daniel
El domingo en la hacienda
De Cañasgordas a Cali
Cali en 1789
La Pascua
La enfermedad de Inés
La propuesta de don Fernando De Arévalo
Diana y Endimión
Los dos huérfanos
El paje y Arévalo
Una nueva Arcadia
La serenata
Las bodas en Catayá
Desaparición
El RodeoOctubre en Cañasgordas
Remedio desesperado
Las sesiones del Ayuntamiento
La Jura de Carlos IV
Placer y dolor
El convento de San Francisco
Confidencias
El resto de la historia
Conclusión
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De Cali a Cañasgordas
A principios del mes de Marzo de 1789, un sábado como
a las cinco y media de la tarde, tres jinetes bien montados
salían de Cali, por el lado del Sur, en dirección a la haciendade Cañasgordas. Iban uno en pos de otro. El de adelante era
un hermoso joven, como de veintidós años, de regular estatura.
Color blanco sonrosado, ojos negros y rasgados y mirada
severa un tanto melancólica. Apenas comenzaba a apuntarle
el bozo y ya se notaban las sombras en donde pronto
debían aparecer las patillas.
Su vestido consistía en camisa de género blanco, con cintas
de lo mismoal cuello, en vez de botones, chaqueta de color
pardo ceniciento, y sobre ésta una manta de colores a listas.
Llamada en el país ruana, y sombrero blanco de grandes
alas, de paja de iraca. Los pantalones, del mismo género que
la chaqueta, eran cortos, hasta cubrir la rodilla, y asegurados
allí con una hebilla de plata. Medias blancas de hilo y botines
negros de cordobán completaban el vestidodel joven jinete.
Por último llevaba zamarros, pero no era en la forma
de calzones que se les da hoy, sino abiertos: eran dos fajas anchas
de piel de venado adobada, que caían sobre cada una de
las piernas.
Montaba un potro rucio de gran talla y mucho brío, que
caminaba con la buena voluntad con que andan las bestias
cuando van para su dehesa. El jinete que le seguía era un sacerdote
delconvento de San Francisco, fundado en la ciudad
hacía sólo veinte años, y que estaba ya entonces en todo el
apogeo de su esplendor y disciplina.
Frisaba el Padre en los cuarenta y era de semblante grave y
mirada profunda; llevaba el hábito de su orden, que era de
sayal gris; sobre el hábito, una ruana de lana, de anchas listas
moradas y azules, fabricada en Pasto, y sombrero blanco
grandede paja asegurado con barboquejo de cordón de seda
negra; en un pañuelo, a la cabeza de la silla, llevaba envuelto
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el breviario. Iba caballero en una mula retinta de buen paso y
al parecer muy mansa.
El último de los tres jinetes era un joven como de veinticuatro
años, de color mulato, esto es, entre blanco y negro,
más negro que blanco, pero las facciones más de blanco que
de negro. Ensus ojos pardos, rasgados y vivos se revelaba la
franqueza juntamente con el valor.
Por todo vestido llevaba camisa de lienzo de Quito, ruana
de lana basta, de listas azules, pantalones de manta del país
tejida en el Socorro, y sombrero hecho con trenza de juncos.
Cabalgaba un trotón castaño, alto y doble; en el arzón de la
silla, a la derecha, se veía una gran soga enrollada, y en la cinturaun largo cuchillo de monte, llamado machete, con su
cubierta de vaqueta.
Estos viajeros atravesaron en silencio el llano de Isabel
Pérez. Los campesinos que iban a la ciudad o salían de ella,
saludaban al Padre quitándose el sombrero al pasar a su lado,
y él les correspondía el saludo con una inclinación de cabeza.
La tarde estaba magnífica: el sol se ocultaba ya detrás de Los
Farallones,de manera que la parte del camino por donde en
ese momento iban, estaba hacía rato en la sombra; pero la
luz del sol se veía brillar sobre las cumbres de las montañas
de Chinche.
Las afueras de la ciudad ofrecían por ese lado ya esa hora
bastante animación. Varios vecinos volvían de su trabajo con
la herramienta al hombro; bestias cargadas de plátanos o leña;
mujeres con haces de leña en...
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