El caso del cadaver sonriente.doc

Páginas: 156 (38760 palabras) Publicado: 27 de enero de 2010
Paco Piquer Vento

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EL CASO DEL CADÁVER SONRIENTE

ÍNDICE

Prólogo 3
Capítulo 1 5
Capítulo 2 16
Capítulo 3 29
Capítulo 4 41
Capítulo 5 50
Capítulo 6 60
Capítulo 7 73
Capítulo 8 82
Capítulo 9 93
Epílogo 98

RESEÑA BIBLIOGRÁFICA 99

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Prólogo

Destacaban en aquel bar del extrarradio; carnede Liceo, Rolex en sus muñecas y Navidades en Baqueira.
Un lío, pensaban los que observaban acodados en la barra cochambrosa.
Pero ellos parecían ajenos a los murmullos que provocaban y a las miradas de reojo de que eran objeto.
—Quiere volver.
—¿Qué dices?
—Una casa en las Bahamas. Un retiro dorado.
—Eso cuesta dinero.
—Quiere joderos.
—¿Cómo?
—Laúltima entrega.
—Lo evitaremos.
—Tengo un plan mejor.
—¿Matarlo?
—No. Creo que tiene un cómplice. O un cabeza de turco. Convendría tener un seguro.
—¿Quién?
—Él. O ella, ya sabes.
—¿Entonces?
—Déjame pensarlo.
—Hablamos.
—Vale.

No le había costado trabajo ligarse a aquel imbécil.
En Barcelona, en cualquier ciudad del mundo, existen lugaresdonde acuden tipos como aquel buscando la carnaza fácil de las desesperadas.
Ahora él se desnudaba, su ego por las nubes, en la habitación de un motel de carretera.
—No eres de por aquí, ¿verdad?
—¿Cómo lo sabes?
—El acento. Y apuesto a que eres casado.
—¿Cómo lo sabes?
—El anillo. Y apuesto, también, a que tu mujer no te hace lo que yo voy a hacerte.
La mujer sacódel bolso unas esposas forradas de terciopelo y un pañuelo de seda con el que le tapó los ojos.
El hombre, desnudo sobre la cama, se dejó hacer.
—¿Cómo lo sabes?
—Tus calzoncillos. Dan asco.
La mujer salió de la habitación y cedió su lugar a una mole de ciento veinte kilos y ojos rasgados.
—Es tuyo, Koko.
Desde su BMW plateado hizo una llamada.
—Lo tengo. Kokoestá con él.
Desde la habitación llegaron las carcajadas del representante de mercería.
Era muy chistoso aquel Koko.

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Capítulo 1

No tenía que estar allí el día que descubrieron el cadáver sonriente. Pero estuve. Había acudido después de pensármelo mucho. Pero eso ahora no viene al caso. Necesitaba salir, escapar de los círculos en que me movía últimamente:pruebas para divorcios, seguimientos, espionajes ordenados por hombres y mujeres que, más que intentar recuperar afectos deteriorados, pretendían casi siempre la venganza. Procurar a esposas o maridos soliviantados el ridículo más espantoso con las evidencias que pudiese proporcionarles.
Intentar adentrarme en otras historias y no moverme siempre en la rutina era cuestión de supervivencia. Casicomo respirar.
Mi arrugado carné de investigador me permitía, sin que me preguntasen demasiado, introducirme en las verbenas que montaba la policía con aquellos plásticos de colorines que rodeaban la escena del crimen.
Aquel muerto tenía una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Mira! Si hasta parece que el pobrecito ha muerto feliz —dijo alguien.
¡Cómo si morir pudiese suponer felicidad!No dudo que pasarlas canutas por la vida sea para tirar cohetes, pero de ahí a que morirse pudiese ser una felicidad...
Pero volvamos a la historia. La primera sorpresa fue que los forenses no pudieran determinar una causa de muerte anormal. Comprendo que no es muy preciso decir «anormal», pero adviertan y compartan ustedes mi sorpresa: ¿Cómo una persona de cuarenta y tantos años puedemorir de muerte «natural»? Como si se le hubiesen acabado las pilas, como si se tratara de un abuelete. Debían de referirse, sin duda, a la ausencia de signos externos de violencia, porque la verdad es que aquel cadáver, además de sonriente, estaba helado. Completamente helado. Como un carámbano.
Ya sé que casi todos hemos visto algún muerto: ¿quién no ha ido al entierro de un familiar y ha...
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