El Hombre Que Vino Del Mar

Páginas: 17 (4055 palabras) Publicado: 25 de julio de 2011
Como cada día, se deslizó suavemente hacia el lugar donde los dos amantes habían compartido palabras, gestos y besos, pero la alcoba seguía tan fría como desde el momento en que el amante exhaló el último suspiro, el último canto de amor hacia la amada, el último adiós a quien había sido todo en su vida.
Por Francisca Castillo Martín
Ella no quiso cerrar la puerta tras sus pasos; esperaba,celosa hasta del viento, que el alma de su amado quedara prendida en el cuarto donde habían sido tan felices, pero la evidencia de que el tiempo pasaba y no quedaba ni un fuego fatuo, ni si quiera una tibia llamarada de lo que había sido su amor desvanecía todas sus esperanzas de encontrar el espíritu del amado entre las sombras de las cobijas y de las mantas que habían contenido su aliento postrero.Allí no quedaban sino cenizas y polvo de estrellas, y un recuerdo que poco a poco, a medida que transcurrieran los meses y los años inmisericordes, se iría deshaciendo como el hielo del norte en los barcos transoceánicos.
La amada, aunque incapaz de olvidar el dolor provocado por la ausencia de su amado, se dio cuenta  por primera vez en semanas de que su Fez era la ciudad más hermosa del mundo:sus altas torres y sus minaretes, sus plácidas plazas y sus calles atiborradas de gentes de todas las nacionalidades y condiciones entraban diariamente en el balcón de la muchacha, que se retorcía los dedos para contener las ganas de unirse a la fiesta: era una viuda joven, entrada apenas en la treintena, de rostro diminuto y ojos de almendra, cabellera oscura como el silencio y labios turbadoresque, cuando sonreían, mostraban una hilera de encantadores dientecillos que resplandecían al sol como astros diminutos. Desde la balconada contemplaba a los peregrinos hacer sus abluciones antes de entrar en la mezquita, y se descalzaba y ronroneaba y saltaba impulsándose como un gato sabio al compás de aquellos desconocidos que la miraban atónitos, y se preguntaban de qué cielo había salidoaquella diosa que arrastraba sus pecadores corazones directamente hasta el infierno.
Salió de la casa envuelta en su sari tornasol, la faz oculta tras el grueso velo y, por última vez en su vida, encaminó sus pasos hacia el puerto. Llevaba en las manos un ramo de rosas rojas, y con pequeños pasos cubrió su ruta sin emitir un suspiro ni un reproche hacia el hombre que la había amado tanto. Allí quedóanclada en la dársena unos instantes, y sin esperar a que subieran todos los pasajeros del barco que guardaban cola desde hacía rato se abrió paso entre la gente sin tener que recurrir al plebeyo acto de los empujones y de los codazos, privilegio de la clase alta cuyas maneras y refinamiento eran reconocidas enseguida por los seres corrientes, que se inclinaron inmediatamente al reconocer ladignidad de tan alta señora. Una vez cómodamente instalada en la proa del velero, deslizó su delicada carga floral por el casco, y el chasquido de los pétalos de rosa contra la espuma de las olas provocó en la bella un leve mareo, un feliz estremecimiento, al sentir que la presencia del amado la protegía en el único lugar que el hombre que la había desposado había reconocido que había sido dichoso: elmar. Mientras las olas se tragaban los últimos restos de las rosas, y una lágrima provocaba en ella el último remordimiento de quien ya no ama con la intensidad del pasado, un último recuerdo llegó a su mente, consolándola y confortándola por cuatro meses de soledad y de espera.
El amado había llegado del mar desde la lejana tierra de los antepasados de la joven, los califas de Córdoba. Era enjutoy cetrino, de cuerpo fibroso, de movimientos precisos, refinados y aristocráticos. El cabello oscuro se rizaba en una madeja imposible de peinar, pero ella decidió domesticar la fiera de su pelo desde el primer día acariciando los bucles azules con sus largos dedos mientras el marinero le contaba viejas leyendas de príncipes Omeyas y de fuentes milagrosas de los patios de la Alhambra. Una de...
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