el hombrecito del azulejo

Páginas: 13 (3019 palabras) Publicado: 9 de mayo de 2013
BIBLIOTECA VIRTUAL DEL CIRCULO CRIOLLO EL RODEO
“El Hombrecito del Azulejo”
Manuel Mujica Lainez
Los dos médicos cruzan el zaguán hablando en voz baja. Su juventud puede más que sus barbas y que sus levitas
severas, y brilla en sus ojos claros. Uno de ellos, el doctor Ignacio Pirovano, es alto, de facciones resueltamente
esculpidas. Apoya una de las manos grandes, robustas, en el hombro delotro, y comenta:
Esta noche será la crisis.
Sí responde el doctor Eduardo Wilde ; hemos hecho cuanto pudimos.
Veremos mañana. Tiene que pasar esta noche. . . Hay que esperar...
Y salen en silencio. A sus amigos del club, a sus compañeros de la Facultad, del Lazareto y del Hospital del Alto de
San Telmo, les hubiera costado reconocerles, tan serios van, tan ensimismados, porque son dos hombresfamosos por
su buen humor, que en el primero se expresa con farsas estudiantiles y en el segundo con chisporroteos de ironía
mordaz.
Cierran la puerta de calle sin ruido y sus pasos se apagan en la noche. Detrás, en el gran patio que la luna enjalbega,
la Muerte aguarda, sentada en el brocal del pozo. Ha oído el comentario y en su calavera flota una mueca que hace las
veces de sonrisa.También lo oyó el hombrecito del azulejo.
El hombrecito del azulejo es un ser singular. Nació en Francia, en Desvres, departamento del Paso de Calais, y vino a
Buenos Aires por equivocación. Sus manufactureros, los Fourmaintraux, no lo destinaban aquí, pero lo incluyeron por
error dentro de uno de los cajones rotulados para la capital argentina, e hizo el viaje, embalado prolijamente el únicodistinto de los azulejos del lote. Los demás, los que ahora lo acompañan en el zócalo, son azules corno él, con dibujos
geométricos estampados cuya tonalidad se deslíe hacia el blanco del centro lechoso, pero ninguno se honra con su
diseño: el de un hombrecito azul, barbudo, con calzas antiguas, gorro de duende y un bastón en la mano derecha.
Cuando el obrero que ornamentaba el zaguán porteño topócon él, lo dejó aparte, porque su presencia intrusa
interrumpía el friso; mas luego le hizo falta un azulejo para completar y lo colocó en un extremo, junto a la historiada
cancela que separa zaguán y patio, pensando que nadie lo descubriría. Y el tiempo transcurrió sin que ninguno notara
que entre los baldosines había uno, disimulado por la penumbra de la galería, tan diverso. Entraban loslecheros, los
pescadores, los vendedores de escobas y plumeros hechos por los indios pampas; depositaban en el suelo sus hondos
canastos, y no se percataban del menudo extranjero del zócalo. Otras veces eran las señoronas de visita las que
atravesaban el zaguán y tampoco lo veían, ni lo veían las chinas crinudas que pelaban la pava a la puerta aprovechando
la hora en que el ama rezaba el rosario enla Iglesia de San Miguel. Hasta que un día la casa se vendió y entre sus
nuevos habitantes hubo un niño, quien lo halló de inmediato.
Ese niño, ese Daniel a quien la Muerte atisba ahora desde el brocal, fue en seguida su amigo. Le apasionó el misterio
del hombrecito del azulejo, de ese diminuto ser que tiene por dominio un cuadrado con diez centímetros por lado, y que
sin duda vive ahí porrazones muy extraordinarias y muy secretas. Le dio un nombre. Lo llamó Martinito, en recuerdo del
gaucho don Martín que le regaló un petiso cuando estuvieron en la estancia de su tío materno, en Arrecifes, y que se le
parece vagamente, pues lleva como él unos largos bigotes caídos y una barba en punta y hasta posee un bastón hecho
con una rama de manzano.
¡Martinito! ¡Martinito!
El niño lollama al despertarse, y arrastra a la gata gruñona para que lo salude. Martinito es el compañero de su
soledad. Daniel se acurruca en el suelo junto a él y le habla durante horas, mientras la sombra teje en el suelo la
minuciosa telaraña de la cancela, recortando sus orlas y paneles y sus finos elementos vegetales, con la medialuna del
montante donde hay una pequeña lira.
Martinito, agradecido...
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