El secreto de la lechuza

EL SECRETO DE LA LECHUZA
Por Johanny Ramírez Granda

Yendo por la carrera de Xontla subiendo por las laderas de los cerros y montañas que parecieran lanzar un desafío mudo contra la cúpulamortecina de un cielo permanentemente gris, se alza apenas visible, medio oculto entre el manto verde que hacen perdidizos sus contornos, el pequeño pueblo de Tatatila. Una comunidad empobrecida, de apenasunos cincuenta habitantes que subsisten a duras penas con lo que cosechan en la fértil tierra que los cobija. Nadie sube hasta sus laderas, algunos, lo citadinos, ni siquiera le conceden la calidadde pueblo pues el camino fangoso impide el paso de vehículos motorizados, se podría decir, que los escaso transé nautas que mantiene viva la deplorable ruta, son los burros cargados de andarespesarosos jalados por algún andrajoso campesino que busca la compra de sus cosechas.

En las endebles casa de palma y adobe que se distribuyen a diversas distancian, todas irregulares se adivina elestoicismo de los habitantes, un edifico mal trecho de paredes derruidas cuyo único recubrimiento constituye de una pasada de cal funciona como clínica comunitaria, en la entrada siempre, con la miradaaguda y desapasionada de aquel que ha visto demasiadas desgracias en la vida se puede divisar al anciano doctor de bata blanca platicando con un hombre mucho más bajo en estatura, de bigote hirsuto,piel requemada por las insolaciones y ropas manchadas de terrones que se retuerce las manos con avidez, quizá con desasosiego. Ambos personajes intercambian diálogos escuetos, en el semblante deldoctor se asoma la sorpresa. Finalmente el SETSE había resuelto enviar un profesor para la raquítica escuela, si es que al saloncito al aire libre que fungía como tal merecía ese nombre. Lo habían pedidodesde hace más de un año, tiempo en que los pocos niños de Tatatila se habían dedicado a trabajar, felices de perderse en la ignorancia porque entre sus pobladores saber leer era un lujo que pocos...