Fotografía javier ayarza
Seguramente tengo una primera lectura sentimental de estas obras por ser de esa generación, con orígenes e infancia en el mundorural de paso entre un mundo tradicional -ya crepuscular- y los nuevos tiempos. Este país salía de un tiempo que casi se conservaba invariable desde hace siglos: unas vidas pendientes -ydependientes- de los trabajos y los días.
Y en este paso -ya casi superado- muchas cosas se perderán: El estío festivo sólo quedará como un libro de Julio Caro Baroja, mientras se extiende un desiertopoblacional –y cultural- en este país. Desaparece lo autentico o sobrevive transformado en producto folclórico a la medida del turista o el veraneante. Pueblos deshabitados que sólo recuperan su vida en lostiempos que preceden a la fiesta patronal. Y en muchos casos, después, no quedará ni el apuntador: el último pastor jubilado y solitario. Todo volverá al silencio cuando dejen de cantar los niños ylos grillos.
Sé que es mi lectura sentimental-, también sé que esta obra me lo permite como obra abierta a las preguntas, que da pie a la conversación, ese gusto por la conversación que la autorade Las pequeñas virtudes1 veía –desde su cálida cámara oscura- amenazado por el silencio como enfermedad mortal en un mundo en el que los destinos de los hombres están estrechamente ligados. Y ahoraqué…. ese silencio ¿podría ser ruido?
Y otra cuestión se abre, y ésta relacionada con el mundo de la cultura… y el arte contemporáneo: la invisibilidad de un mundo aún muy importante, diverso yrico2 ante otro uniformador que sólo toma para sí aquellos elementos que puedan dar ese toque exótico a sus propuestas, o que, a gran escala, ejerce nuevas formas de colonialismo sobre los magos de latierra.
No es este el caso de Ayarza, el conoce y no utiliza el objeto de estudio.
El curso de las cosas 3no parece alterado por la presencia de la cámara: no fuerza la acción, no existe...
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