Fragmento de emilio barasa
tumbos del incómodo y ruidoso vehículo. Hubiera yo querido duplicar el tiro, emborrachar a los cocheros y
hostigar a las bestias, a fin de recorrer en pocos minutos las tres leguas quefaltaban para llegar a Villaverde.
Aniquilado por la impaciencia, me arrinconé en el asiento, delante de la anciana y junto al ganadero; recogí la
indomable cortina y me puse a contemplar elpaisaje, aquellos campos fértiles y ricos, aquellas montañas
cubiertas de abetos, vistos diez años antes, a través de las lágrimas, una fría mañana del mes de Enero a los
fulgores purpúreos del solnaciente.
Nada había variado: las arboledas, más copadas, conservaban la misma disposición, el mismo aspecto; el
caserío de la hacienda próxima volvía ante mis ojos igual, idéntico, como una estampaadmirada en la niñez, y
que el mejor día, cuando menos lo esperamos, viene a recordarnos épocas dichosas. Blancas las paredes del
lado del Poniente; las orientales, pardas, ennegrecidas por los vientossalobres de la Costa. Las enredaderas,
que trepaban por la torrecilla hasta prender sus tallos en la cruz de hierro, hacían gala de sus festones floridos,
y en las cornisas, en los tejados, en losárboles, friolentas palomas, pichones tornasolados, esperaban la noche
para recogerse al amoroso nido.
El triste Octubre prodigaba en laderas y rastrojos amarillas flores, y al soplo del viento quepasaba susurrando, los fresnos se estremecían y dejaban caer las muertas hojas. En el ancho camino el rechinar lejano de una carreta vacía, y orilladas a un vallado de piedras, paso a paso,
vuelto elarado doblegadas al yugo y seguidas de los gañanes, media docena de yuntas que volvían de los
barbechos. En el real solitario, junto al estanque de aguas turbias, una parvada de ocas; los techos...
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