herejía- david lozano

Páginas: 329 (82043 palabras) Publicado: 4 de marzo de 2014
HEREJÍA
DAVID LOZANO GARBALA

«[…] todo hereje o cismático ha de tener
parte con el Diablo y sus ángeles en las llamas
del fuego eterno […]».
Ley Canónica Católica

Por exigencias de la propia narración, me he
tomado la libertad de alterar determinados
aspectos de la ambientación histórica.
DAVID LOZANO

PRIMERA PARTE

Zaragoza, año del
Señor de 1493
–Ginés de Alcoy–comenzó el inquisidor,
volviéndose hacia él–, debéis intervenir. ¡Haced
hablar al reo!
Tanto fray Agustín de Saviñán como los dos
verdugos se apartaron para dejarle espacio.
Ante él quedó ahora la maltrecha figura del
prisionero. El hombre lo miraba, tendido sobre
una tabla de madera que habían colocado en el
centro de la sala.
Ginés quiso eludir ese gesto que no se
apartaba de su semblante,aquella súplica que se
hundía en sus entrañas. En los ojos del detenido

podía leer una acusación que le perseguiría
durante cada noche a partir de entonces.
Tú eres tan culpable como ellos. Mi
sangre te convertirá en cómplice.
–Tomad, señor.
Uno de los carceleros le tendió el látigo que
se había estado empleando con el prisionero
hasta abrirle la piel. A continuación, hicieron
girar elcuerpo del reo hasta colocarlo boca
abajo sobre la pieza de madera.
–Adelante, Ginés. Proseguid vos.
El inquisidor quería verlo en acción. Aquella
encerrona constituía una prueba más a la que se
le sometía para comprobar si estaba a la altura
del puesto que acababa de ocupar. Y él había
llegado demasiado lejos como para rendirse
ahora.
El joven Ginés de Alcoy cogió aire, empuñó
el látigo yavanzó unos pasos hasta situarse

frente al detenido. Procuraba exteriorizar una
convicción que no sentía. A su espalda, fray
Agustín de Saviñán no dejaba de estudiar cada
movimiento.
Me está evaluando. No me puedo permitir
decepcionarle. Todo está en juego.
El prisionero alzó entonces la cabeza. En su
rostro aún brillaba una dignidad que el dolor no
había logrado borrar. Ginés maldijosu aplomo:
hubiera preferido castigar a un cobarde.
Dejó de pensar. El único modo de superar
aquel trance consistía en impedir que los
remordimientos se abriesen paso en su
conciencia. Tenía que actuar con la mente muy
lejos de aquella pesadilla. Levantó el brazo. A
los pocos segundos descargaba el primer golpe,
que restalló en sus oídos. Ni siquiera pestañeó
mientras sentía cómo eldolor infligido en el
cuerpo del detenido parecía transmitirse al suyo.

Notó la mordedura del cuero fluir por sus venas
hasta alcanzarle el corazón. Los gemidos del
detenido le quemaban por dentro. Él también
moría un poco con cada golpe. Quiso huir.
–Continuad –ordenó el inquisidor–. Más
fuerte.
Ginés de Alcoy volvió a obedecer. Dos, tres,
cuatro veces más. La rabia que sentía hacia símismo impulsaba cada nuevo latigazo, que caía
sobre heridas abiertas. El sudor y la penumbra
disimulaban sus lágrimas.
–¡Confesad, hereje! –gritó el muchacho–.
¡Salvad vuestra alma!
Continuó flagelando al prisionero hasta que
fray Agustín de Saviñán le indicó con un gesto
que se detuviera.
El inquisidor, que se había adelantado,
aproximó su rostro hasta situarlo a escasos
centímetros delas facciones del torturado, que

no reaccionó. La cabeza de este –cubierta de
una pátina de inmundicia y sangre– colgaba ya
sin fuerzas para sostenerse sobre los hombros.
Sus ojos, cercados de piel ennegrecida, apenas
apreciaron el movimiento del religioso.
No resistiría mucho más.
Seis días de interrogatorios, sometido sin
descanso a vejaciones, habían reducido su figura
a unesqueleto. Su cara se mostraba ahora
surcada de profundas arrugas provocadas por
los espasmos de dolor.
–¿Persistís en vuestra terquedad? –preguntó
Saviñán–. Tenemos testimonios de vuestros ritos
prohibidos, Juan de Peralta.
Pero aquel hombre no reaccionaba ya ni a la
mención de su propia identidad.
–Confesaréis –terminó susurrando el
inquisidor, aún con la cara junto a la del
prisionero–....
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