Historia Del Caballero De La Rosa Y De La Virgen Encinta Que Vino De Liliput

Páginas: 35 (8556 palabras) Publicado: 6 de noviembre de 2012
Historia del caballero de la rosa y de la virgen encinta que vino de Liliput

Juan Carlos Onetti

1

En el primer momento creímos los tres conocer al hombre para siempre, hacia atrás y hacia adelante. Habíamos estado tomando cerveza tibia en la vereda del Universal, mientras empezaba una noche de fines de verano; el aire se alertaba alrededor de los plátanos y los truenos jactanciososamagaban acercarse por encima del río.
—Vean —susurró Guiñazú, retrocediendo en la silla de hierro—. Miren, pero no miren demasiado. Por lo menos, no miren con avidez y, en todo caso, tengan la prudencia de desconfiar. Si miramos indiferentes, es posible que la cosa dure, que no se desvanezcan, que en algún momento lleguen a sentarse, a pedir algo al mozo, a beber, a existir de veras.
Estábamossudorosos y maravillados, mirando hacia la mesa frente a la puerta del café. La muchacha era diminuta y completa; llevaba un vestido justo, abierto sobre el pecho, el estómago y un muslo. Parecía muy joven y resuelta a ser dichosa, le era imposible cerrar la sonrisa. Aposté a que tenía buen corazón y le predije algunas tristezas. Con un cigarrillo en la boca, ansiosa y amplia, con una mano en elpeinado, se detuvo junto a la mesa y miró alrededor.
—Supongamos que todo está en orden —dijo el viejo Lanza—. Demasiado próxima a la perfección para ser una enana, demasiado segura y demagógica para ser una niña disfrazada de mujer. Hasta a nosotros nos miró, tal vez la luz la ciegue. Pero son las intenciones las que cuentan.
—Pueden seguir mirando —permitió Guiñazú—, pero no hablen todavía. Acasosean tal como los vemos, acaso sea cierto que están en Santa María.
El hombre era de muchas maneras y éstas coincidían, inquietas y variables, en el propósito de mantenerlo vivo, sólido, inconfundible. Era joven, delgado, altísimo; era tímido e insolente, dramático y alegre.
Irresolución de la mujer; después movió una mano para desdeñar las mesas en la vereda y a sus ocupantes, la alharaca de latormenta, el planeta sin primores ni sorpresas que acababa de pisar. Dio un paso para acercarle una silla a la muchacha y ayudarla a sentarse. Le sonrió para saludarla, le acarició el pelo y luego las manos, mientras descendía con lentitud hasta tocar su propio asiento con los pantalones grises, muy estrechos en las pantorrillas y en los tobillos. Con la misma sonrisa que usaba para la muchacha yque le había enseñado a copiar, se volvió para llamar al mozo.
—Ya cayó una gota —dijo Guiñazú—. La lluvia estuvo amenazando desde la madrugada y va a empezar justo ahora. Va a borrar, a disolver esto que estábamos viendo y que casi empezábamos a aceptar. Nadie querrá creernos.
El hombre estuvo un rato con la cabeza vuelta hacia nosotros, mirándonos, tal vez. Con la onda oscura y lustrosa que ledisminuía la frente, con el anómalo traje de franela gris donde el sastre había clavado una pequeña rosa dura, con su indolencia alerta y esperanzada, con una amistad por la vida más vieja que él.
—Pero puede ser —insistió Guiñazú— que los demás habitantes de Santa María los vean y sospechen, o por lo menos tengan miedo y odio, antes de que la lluvia termine por borrarlos. Puede ser que algunopase y los sienta extraños, demasiado hermosos y felices y dé la voz de alarma.
Cuando llegó el mozo, demoraron en ponerse de acuerdo; el hombre acariciaba los brazos de la muchacha, proponiendo con paciencia, dueño del tiempo y repartiéndolo con ella. Se inclinó sobre la mesa para besarle los párpados.
—Ahora vamos a dejar de mirarlos —aconsejó Guiñazú.
Yo escuchaba la respiración del viejoLanza, la tos que nacía de cada chupada al cigarrillo.
—Lo sensato es olvidarlos, no poder rendir cuentas a nadie.
Empezó el chaparrón y recordamos haber dejado de oír los truenos sobre el río. El hombre se quitó el saco y lo puso sobre la espalda de la muchacha, casi sin necesidad de movimientos, sin dejar de venerarla y decirle con la sonrisa que vivir es la única felicidad posible. Ella tironeó...
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