ines del alma mia

Páginas: 76 (18846 palabras) Publicado: 16 de mayo de 2015
1. Soy Inés Suárez, vecina de la leal ciudad de Santiago de la Nueva Extrema-dura, en el Reino de Chile, en el año 1580 de Nuestro Señor.De la fecha exacta de mi nacimiento no estoy segura, pero,según mi madre, nací después de la hambruna y la tremendapestilencia que asoló a España cuando murió Felipe elHermoso. No creo que la muerte del rey provocara la peste,como decía la gente al ver pasar elcortejo fúnebre, que dejóflotando en el aire, durante días, un olor a almendrasamargas, pero nunca se sabe. La reina Juana, aún joven ybella, recorrió Castilla durante más de dos años llevando deun lado a otro el catafalco, que abría de vez en cuando parabesar los labios de su marido, con la esperanza de queresucitara. A pesar de los ungüentos del embalsamador, elHermoso hedía. Cuando yo vine almundo, ya la infortunadareina, loca de atar, estaba recluida en el palacio deTordesillas con el cadáver de su consorte; eso significa quetengo por lo menos setenta inviernos entre pecho y espalda yque antes de la Navidad he de morir. Podría decir que unagitana a orillas del río Jerte adivinó la fecha de mi muerte,pero sería una de esas falsedades que suelen plasmarse en loslibros y que por estarimpresas parecen ciertas. La gitanasólo me auguró una larga vida, lo que siempre dicen por unamoneda. Es mi corazón atolondrado el que me anuncia laproximidad del fin. Siempre supe que moriría anciana, en pazy en mi cama, como todas las mujeres de mi familia; por esono vacilé en enfrentar muchos peligros, puesto que nadie sedespacha al otro mundo antes del momento señalado. «Tú teestarás muriendode viejita no más, señoray», metranquilizaba Catalina, en su afable castellano del Perú,cuando el porfiado galope de caballos que sentía en el pechome lanzaba al suelo. Se me ha olvidado el nombre quechua de
2. Catalina y ya es tarde para preguntárselo —la enterré en elpatio de mi casa hace muchos años—, pero tengo plenaseguridad de la precisión y veracidad de sus profecías.Catalina entró a miservicio en la antigua ciudad del Cuzco,joya de los incas, en la época de Francisco Pizarro, aquelcorajudo bastardo que, según dicen las lenguas sueltas,cuidaba cerdos en España y terminó convertido en marquésgobernador del Perú, agobiado por su ambición y por múltiplestraiciones. Así son las ironías de este mundo nuevo de lasIndias, donde no rigen las leyes de la tradición y todo esrevoltura: santosy pecadores, blancos, negros, pardos,indios, mestizos, nobles y gañanes. Cualquiera puede hallarseen cadenas, marcado con un hierro al rojo, y que al díasiguiente la fortuna, con un revés, lo eleve. Hevivido más de cuarenta años en el Nuevo Mundo ytodavía no me acostumbro al desorden, aunque yo mismame he beneficiado de él; si me hubiese quedado en mipueblo natal, hoy sería una anciana pobre yciega detanto hacer encaje a la luz de un candil. Allá seríala Inés, costurera de la calle del Acueducto. Aquísoy doña Inés Suárez, señora muy principal, viuda delexcelentísimo gobernador don Rodrigo de Quiroga,conquistadora y fundadora del Reino de Chile. Por lo menos setenta años tengo, como dije, y bien vividos,pero mi alma y mi corazón, atrapados todavía en losresquicios de la juventud, sepreguntan qué diablos lesucedió al cuerpo. Al mirarme en el espejo de plata, primerregalo de Rodrigo cuando nos desposamos, no reconozco a esaabuela coronada de pelos blancos que me mira de vuelta.¿Quién es esa que se burla de la verdadera Inés? La examinode cerca con la esperanza de encontrar en el fondo del espejoa la niña con trenzas y rodillas encostradas que una vez fui,a la joven que escapaba alos vergeles para hacer el amor aescondidas, a la mujer madura y apasionada que dormíaabrazada a Rodrigo de Quiroga. Están allí, agazapadas, estoysegura, pero no logro vislumbrarlas. Ya no monto mi yegua, yano llevo cota de malla ni espada, pero no es por falta de
3. ánimo, que eso siempre me ha sobrado, sino por traición delcuerpo. Me faltan fuerzas, me duelen las coyunturas, tengolos huesos...
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