Keiko

Etiqueta Negra
Era una época maldita para estar en Islandia, aunque se dice que cualquier época es maldita en Islandia, donde el viento nunca demuestra sus arranques de ira sino que, sencillamente, tira abajo tu casa. A comienzos de agosto el clima era tormentoso, pero el sol veraniego brillaba tímidamente, los géiseres lanzaban vapor azul y agua hirviendo y los glaciares gemían mientrasempujaban toneladas de barro unos cuantos centímetros más cerca del mar. En el agua, las aves frailecillos jugueteaban, y los jóvenes saturados de salmón seco y cerveza caliente vomitaban con educación en los baldes de mareo en el ferry que navegaba por la bahía Klettsvy. Los muchachos estaban camino a un festival anual de canciones y un maratón alcohólico en las Islas Westman, un pedazo de explosiónvolcánica más allá de la costa sur de Islandia. Enormes olas sacudían el bote de arriba abajo.
Después de unas dos horas, el oleaje se calmó y nos deslizamos hacia el puerto Heimaey, rodeado de peñascos de antigua lava tan ahuecada como cualquier queso suizo. Docenas de barcas pesqueras y embarcaciones se balanceaban en sus amarres, chocando contra el muelle y produciendo aquel sonido metálico quesupuestamente debería hacernos sentir solos.
Algunos jóvenes con la vista nublada se levantaron entonces y miraron a través de los ojos del buey de nuestra embarcación. Atravesamos una hilera de boyas blancas amarradas a lo ancho de la boca de una bahía.
-¡Hey, Keiko! -exclamó una niña, apuntando hacia las boyas.
-¡Willy! Liberen a Willy!
-Ah, Keiko -dijeron los demás, empujándose hacia laventana, jalándose unos a otros de las mangas y mirando boquiabiertos a nada que no fuera la ensenada, el agua cristalina y los pálidos peñascos de borrosa silueta.
-¡Keiko! ¡Sí! ¡Guau!
La ballena había desaparecido, por supuesto. Se había marchado a principios de julio, después de un viaje hecho con su equipo de inspectores humanos para ver otras ballenas -sus parientes, si es que no sus amigos-que se habían detenido cerca de las Islas Westman para celebrar una fiesta a mitad del verano. Keiko había visto antes ballenas salvajes y él mismo había sido una de pequeño. Se las volvieron a presentar hace dos años, después de veinte años en cautiverio. Keiko se dedicó a observar a las ballenas visitantes desde una prudente distancia primero y desde una más audaz luego, pero siempre regresabahasta el bote que lo llevaba a mar abierto. De vuelta a sus instalaciones privadas en el puerto, un equipo internacional de seres humanos masajeaba su aleta, raspaba su lengua y preparaba notas de prensa detallando sus experiencias en el mar. En julio pasado, sin embargo, Keiko se atrevió a acercarse más que nunca a las ballenas, las siguió cuando dejaron atrás Lousy Bank, las Islas Faeroe y, másallá, nadie sabe muy bien hacia dónde.
Las ballenas tienen su propio consejo. La verdad sobre ellas es que van y vienen, y no podemos saber en realidad adónde se dirigen, a menos que las saquen del agua, taladren agujeros en sus aletas dorsales y coloquen rótulos con radios en ellas. Sólo un loco se atrevería a sugerir que taladrar un agujero en la espina dorsal de una ballena es cosa fácil. Es poresto que nadie está seguro de dónde pasan el invierno las criaturas que visitan Islandia cada verano y a dónde se dirigen en julio.
Pero Keiko -que significa «la afortunada» en japonés- es la ballena más observada del mundo. Tiene sobre ella un rótulo de satélite, un transmisor VHF y el apoyo de tres organizaciones sin fines de lucro, además de millones de espectadores esperando ver si la famosa,consumada y celebrada ballena, que ha vivido la mayor parte de su vida como una mascota, se aventurará en la naturaleza salvaje. Cada día que Keiko pasa solo, el equipo rastrea su ubicación por satélite, la transmite por internet y luego la copia en una carta marítima en las oficinas de la Fundación Free Willy/Keiko Foundation en las Islas Westman, una fila de ordenadas «x» que registra su...