La Banca Vacía De Francisco Tario

Páginas: 10 (2319 palabras) Publicado: 12 de enero de 2013
Todos los días, a partir de aquel otro en que fue asesinada, acostumbraba volver a su casa donde se pasaba las horas muertas. 
Aquella intimidad de su casa, los olores de su jardín, el pálido resplandor de los espejos, tanta cosa familiar y querida, envuelta ahora en un conmovedor misterio, proporcionábanle las mejores horas de su muerte, como en otro tiempo le depararan los momentos másinolvidables de su vida. 
Mas en otro tiempo persistía en la casa, aun durante las más calladas tardes, un fastidioso rumor, como si la casa entera se llenara de hojas, y que era, hoy lo comprendía, el aliento vivo de su casa, porque entonces su casa vivía, era ella, y el vivir nunca es silencioso. 
Siempre existía alguna malsana presencia, que podía ser la del cartero, la del reloj señalando la hora ola de la campanilla de la verja anunciando alguna inesperada visita; o también la de su propio ser al bajar por la escalera, su voz o la de su Mario, o el reflejo de su ser en el espejo. 
Nunca era completa en la cama, como si un mar adormecido removiese sus aguas bajo las plantas del jardín. 
Y solía dolerse ella –¿mas cómo oponerse a ello?– de que su vida, que era tan breve y tan bella, seviese turbada a toda hora por tanta y tan insistente presencia. Resultaba inútil vivir, era como una desaforada lucha entre algo que escondía su pensamiento y algo que quedaba oculto entre las flores. 
Lo había advertido hacía tiempo, mas solamente hasta hoy conseguía explicárselo. Sólo hasta hoy, desde su silenciosa muerte, desde aquel inmóvil silencio y aquella inmovilidad sin fin, donde no habíanada que esperar porque todo cuanto podría esperarse se había cumplido, disponía de una quietud propicia para detener su pensamiento donde le convenía y por tanto tiempo como fuera necesario, a sabiendas de que ninguna urgencia vendría a interponerse entre su pensamiento y ella. 
La casa estaba cerrada, desde hacía años se hallaba muy bien cerrada, y tenía un sello a la puerta. 
Este sello dabaa entender a los paseantes que a ninguno de ellos le sería permitido habitar la casa, que era una casa prohibida, maldita a caso, cerrada a cualquier suerte de alegría. Que era, en suma, la propia casa de la muerte. 
Habían florecido los árboles, cuyas ramas secas caían pesadamente sobre la casa, y, mirando con atención aquel sello, la mujer experimentaba un sobresalto. Aquel sello se refería aella, hablando a todos de su intimidad y de su nombre, era como el breve diario de su vida. Y eran todas sus memorias, sus pesares, sus ternuras, sus vestidos. Podría recorrer la mayor parte de su vida con sólo mirar aquel sello. 
Tocaba ahora medrosamente este sello, que amarilleaba ya sobre la puerta, y cuidaba de que no fuese destruido, pues sentía como que, al destruirse este sello, sedestruiría en ella algo insólito y querido, y que la tenue niebla que la envolvía habría entonces de esperarse, formaría una oscura nube y la apartaría definitivamente de su casa. 
Desde el balcón miraba ahora sus pensamientos; miraba en el jardín sus rosas, que se habían vuelto silvestres. Recordaba haber tenido un sombrero amarillo, con un gran 
manojo de pensamientos. Y estos pensamientos de sujardín, de los que también solía dolerse porque no encontraba en ellos aroma alguno, siendo como habían sido sus flores predilectas, despedían hoy un perfume desconocido, que alcanzaba a marearla un poco. El aroma ascendía del jardín y se difundía por la casa. Aspirando este aroma experimentaba ella una vaga desazón incomprensible. 
Todo se conservaba igual; era extraño. El reloj se había detenidoen una lejana y misteriosa hora, que ella no recordaba. Y un día que se le ocurrió poner en marcha el reloj, éste obedeció fielmente, con una exactitud graciosa, y continuó durante varios días dejándole oír su música. Parecía incluso que le confiaba la hora, que le señalaba, desde su rincón, algo que necesariamente debería tener lugar en la casa. Y ella sonreía oyéndolo sonar y moverse en el...
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