La Ciudad De La Luna Eterna Esther Sanz

Páginas: 312 (77920 palabras) Publicado: 16 de julio de 2015
Dicen que el vértigo es, en realidad, una atracción fatal hacia el abismo, que es la
muerte quien nos llama para sellar nuestro destino.
Cuando salí de la espesura y distinguí, a lo lejos, aquellas dos figuras al borde de
la cascada, entendí horrorizada que una de ellas miraba al vacío con extraña
determinación.
Era Robin.
El otro era Bosco, que le agarraba con violencia del brazo y vociferabaalgo que
yo no lograba entender.
Aunque sabía que no podían oírme, empecé a correr hacia ellos mientras gritaba
con todas mis fuerzas. El cierzo soplaba en mi contra. En contra de todos. El
mismo viento que retenía mis pasos arrastraba mis gritos lejos de allí.
Desde que mi ermitaño había pactado con la muerte, tenía la impresión de que
todos caminábamos al borde del abismo.
La maldición se cerníade nuevo sobre el valle.
Mientras volaba sobre las piedras y la pinaza cubiertas de nieve, me dije que, si
uno de ellos caía, yo le seguiría como un ángel herido hasta destruir mi voluntad
en el fondo del precipicio.

La mejor noche de mi vida

El último sol del verano se filtraba con timidez a través de la ventana. Mientras
me desperezaba con un suspiro, Álvaro se presentó en mi habitación conun
vaso de leche fresca y unas magdalenas recién horneadas.
Me revolví perezosa entre las sábanas.
—¿Te he despertado? —Dejó la bandeja sobre la mesilla y me mostró unos
papeles—. Ha llegado el momento de pensar en tu futuro.
Era la matrícula del instituto. Faltaba muy poco para que el curso empezara y,
desde hacía semanas, tanto él como Ángela insistían en que me inscribiera
cuanto antes.
—Hasperdido un curso —continuó—. Y si el año que viene quieres ir a la
universidad, tendrás que acabar el instituto...
¿Instituto? ¿Universidad? Aunque mi padre lo desconocía, yo no contemplaba
ningún futuro que me alejara de Bosco.
—Ángela estará dando clases en Duruelo este año y podríais bajar juntas cada
mañana.
—Todavía no he pensado qué quiero hacer.
—¡Clara! No hay nada que pensar. Tienes queestudiar. —Su voz adquirió un
matiz imperativo.
Aparté los papeles con un brazo y contraataqué:
—¿Quién dice que tenga que terminar el bachillerato?
Le mantuve la mirada unos segundos. Sabía que mis palabras podían hacerle
daño, pero aun así no las frené:
—En unos meses cumpliré los dieciocho y seré mayor de edad. ¡Puedo hacer lo
que quiera!
—¿Y qué significa eso, Clara? ¿Vivir en el monte con unchico medio salvaje?
Sus palabras delataron que conocía mis planes mejor de lo que yo creía.
—¡No sabes nada de él!
—¿Y tú, Clara? ¿Conoces realmente a ese chico? —Su voz se dulcificó—. ¿Estás
segura de que te merece?
Aquella pregunta me hizo sonreír. ¿Cómo iba a plantearme semejante tontería?
Desde que conocía a Bosco, no había dejado de preguntarme qué había hecho yo
para merecerle a él.
—No quierohablar de esto... —respondí manteniéndole la mirada.
Cuando cerró la puerta, me sentí apenada. Aquella podía ser nuestra última
conversación antes de mi partida y odiaba que hubiera acabado en discusión;
cómo me odiaba a mí misma por marcharme de manera furtiva.
Hacía meses que había decidido trasladarme a la ciudad eterna con Bosco.
Habíamos fijado nuestro reencuentro en la medianoche del segundodomingo de
septiembre, cuando las aguas se hubieran calmado y él tuviera listo un lugar en
el que estar juntos, cerca de la semilla dormida.
Y mientras esperaba el momento, vivía con mi padre en Colmenar. Habían sido
casi cuatro meses de convivencia pacífica y hogareña. ¿Por qué habíamos tenido
que discutir precisamente esa noche?
Él solo se preocupaba por mí. Después de todo lo ocurrido, habíainsistido en
que me alojara con él en Colmenar. También había hablado de recuperar el
tiempo perdido... Pero lo cierto era que entre sus abejas y Ángela —con quien
parecía estar en continua luna de miel— no disponía de muchos momentos para
estar con su hija.

Tras reconocerme como tal, me había abierto las puertas de su casa y de su
corazón. Poco dado a expresar sus sentimientos, aprendí a...
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