La Flor Marchitaaa

La Flor MarchitaBluebelle |
          Miraba el retrato que le hicieron cuando cumplió los dieciocho años. El marco de madera mostraba algo más que rastros de carcoma. Los años lo habían hechovenir a menos, igual que a ella.          Se levantó del diván para asomarse a la ventana. Central Park continuaba extendiéndose majestuoso en el centro de Manhattan, pero la ciudad era diferente. Lascalles estaba llenas de vagabundos y delincuentes, timadores y locos. La manzana tenía gusanos dentro pero se resistía a pudrirse.Elisabeth balanceaba su copa de Burdeos de un lado a otro mientras semovía por el salón. Volvió a mirar el cuadro. Aquel vestido rojo que le prestaron para la ocasión, el peinado que le hicieron en  Roberto’s, la gargantilla de brillantes de Tiffany’s... El recuerdo deaquella pintura era lo único valioso que había ya en aquella casa: muebles ajados por el tiempo, cortinas casi neoclásicas, sillones descoloridos y solitarios... Elisabeth Fansworth estaba tambiéndescolorida. El mundo del espectáculo la olvidó repentinamente un día soleado de invierno.Su decimoctavo cumpleaños. Aquel año recibió su primer papel protagonista y Vanity Fair la eligió como la actriz másprometedora de la década de los 50. Ahora acariciaba una bata de satén con plumas tumbada sola en una cama de matrimonio con dosel. Sábanas de seda, cojines bordados a mano, alfombras persas y unaaraña de cristal del roca en el techo del dormitorio.Aquella no era un casa solitaria. Elisabeth mandaba que le subiesen el New York Times todas las mañanas a las diez junto con el desayuno; a la una elalmuerzo; a las cinco el té y a las siete y media la cena. Diariamente un peluquero, que no llegaba ni a la suela del zapato del mítico Roberto, subía a peinarla y maquillarla. El viernes de cadasemana Ágata le daba un masaje completo y un tratamiento para la piel. Mensualmente celebraba en la sala de proyecciones un pase de moda al que acudían diseñadores olvidados por el mundo. Su closet se...