la posta del placer
VERSIÓN INMEDIATAMENTE ANTERIOR A LA VERSIÓN DE LA MUÑECA INFLABLE
En conformidad con decires callejeros recogidos al azar, pero no por eso menos fiables, don Nicasio provenía de una familia cuya prosapia había quedadooficialmente instaurada en tiempo de los virreinatos. Para mestizarse luego con la incorporación de uno que otro antepasado mítico, y de cuya peculiar mixtura resultaba siendo él el último representante.
Hecho que lo elevaba a la categoría de monumento histórico o de pieza ecológica en vías de desaparecer. Por lo que a toda costa debía ser preservado, en alcohol o en naftalina, para evitar elhorrible montepío de la extinción lenta y difícil, al que estaban condenados los que morían sin descendencia.
Pese a todo, don Nicasio prefirió claudicar en soltería antes que seguir soportando aquella carga genética que, como una burla pesada, el destino le había impuesto.
Nada puede obligar a nadie a contraer yugos nupciales, ni a hacer lo que a uno no se le venga en ganas, eranlos postulados autodeterminantes de su propia soberanía.
Dos mujeres, sin embargo, estuvieron a un paso muy corto de hacerlo cambiar de idea: la mujer de Jonás, no del bíblico, desde luego, sino del mismo Jonás estrábico que de niño compartió sus juegos.
El que hacía repicar los dedos como si fueran tímbales, y podía engullirse un sapo entero y la mitad de una lagartija en memoriade sus ancestros, consumidos por la voraz hambruna que por aquel entonces asolaba los campos de concentración.
El de la novia tan parecida a Romy Schneider que podría ser su doble, ya verás cuando la conozcas, le decía. Aquella joven tan dulce, tan tierna, con aquel nombre tan transparente donde las vocales y consonantes parecían acoplarse como se acoplan los labios a la atracción de losbesos: Zoraida.
La propiedad privada del Jonás estrábico al que Nicasio comenzó a odiar en el mismo dialecto sin voces en que fue aumentando su pasión por ella.
La mujer que amó durante todos los silencios de los años que siguieron, hasta agotar el tema del amor prohibido en las ardientes confesiones de 12.599 cartas, que fueron escritas y reescritas para jamás ser enviadas, ni haberrozado siquiera los umbrales del Correo.
Y que por lo mismo de no decir absolutamente nada que ya no se hubiera dicho, al cabo de tantas páginas y de tanto tono entre almibarado y mustio, dichas cartas habrían debido quedar registradas como genuinas precursoras de esas telenovelas donde conviven, en cacofonías sucesivas, una infinita simultaneidad de melodramas.
Y la otra mujer...
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