Mateo Cobrador De Impuesto
A la salida de Cafarnaum, en el camino que viene de Damasco, estaba el puesto de aduanas en el que Mateo, el publicano, el hijo de Alfeo, cobraba los impuestos. Todas las mercancías que las caravanas de comerciantes entraban por esa ruta en Galilea pagaban allí su contribución.
Mateo - ¡A ver, tú, el del turbante rojo! Sí, sí, no te hagas el despistado. ¡Sueltasiete denarios!
Mercader - ¿Siete denarios? ¿Siete denarios por dos cajas de pimienta? ¡Eso es demasiado!
Mateo - Eso es lo que toca. Y sin discutir, amigo, que llamo a uno de los soldados.
Mercader - ¡Desgraciado! ¡Ladrón! ¡El impuesto no es tan alto!
Mateo - ¡Te he dicho que sueltes las monedas y que sigas! Hay muchos esperando.
Mercader - Toma... ¡Y así te pudras!
Mateo - Otro. A ver tú…¿Cuántos sacos de lana llevas?
Mercader - Llevo diez, señor.
Mateo - ¿Diez, verdad? ¡Embustero! ¿Y esos cuatro más que tienes escondidos allá detrás de los camellos?
Mecader - Pero es que esos no son de...
Mateo - Cállate, tramposo. Ahora vas a pagarme cuatro más para que aprendas a respetar la ley. A mí no me engañas, amigo.
Mercader - Pero yo no quería...
Mateo - Diez y cuatro son catorce ycuatro más dieciocho. Vamos, afloja dieciocho denarios. ¡Y ve a meterle mentiras a tu abuela!
Mateo mojó la pluma en el cacharro lleno de tinta y garrapateó algunos números.(1) Inclinado sobre la mesa de impuestos, parecía más jorobado aún de lo que era. Su barba y sus uñas estaban manchadas de tinta. Junto a sus papeles había siempre una jarra de vino. Cuando Mateo veía venir a lo lejos algunacaravana o a los comerciantes de paso, se frotaba las manos, se metía en el cuerpo un par de tragos y se preparaba a sacarles una buena tajada de dinero... En todo Cafarnaum no había tipo que fuera más odiado. Los hombres escupíamos al pasar delante de su caseta. Las mujeres 1o maldecían y nunca vimos a un niño que se le acercara.
Mercader - No me cobre usted tanto, señor. Mire que con este aceite nogano ni para dar de comer a mis hijos.
Mateo - ¿Y a mí qué me cuentas? Yo no doy limosnas.
Mercader - Pero, ¿no me podría rebajar un poco? Lo necesito...
Marco - Vete con tus lloriqueos a otra parte y saca las monedas de la bolsa. Yo hago 1o que está mandado.
Mercader - ¡Te aprovechas de nosotros porque no sabemos leer, hijo de mala madre! ¡Esas cuentas no están claras!
Mateo - Oye tú,maldito bizco, ¿y a ti quién te manda meter el hocico en esto? Lo dicho, dame veinte. ¡Y andando!
Los impuestos eran la pesadilla de nosotros los pobres.(2) Roma cobraba impuestos en toda Judea. En nuestra tierra, en Galilea, era el rey Herodes, un vendido a los romanos, a quien teníamos que pagárselos. Sus funcionarios, los cobradores de impuestos, a los que llamábamos publicanos, estaban en lasentradas de todas las ciudades galileas cobrando los derechos de aduana que el rey ordenaba.(3) Los publicanos cargaban todavía más estos impuestos y se quedaban con la diferencia. Se enriquecían pronto. Y muy pronto también se ganaban el odio y la antipatía de todos.
Mateo - Bueno, a ver tú, el último... ¿qué declaras?
Mercader - Dos sacos de trigo y tres barriles de aceitunas.
Mateo - Abre esesaco, a ver si llevas algo escondido.
A media mañana, Mateo había acabado con las caravanas de la primera hora. Era el momento que aprovechaba para contar las monedas. Separaba lo que tenía que entregar a los soldados de Herodes y lo que guardaba para él. Entonces, se sentaba a la mesa con su jarra de vino y su libro de cuentas. No sabía vivir sin ninguno de los dos. Cerca de la caseta, los soldadosque vigilaban la aduana, jugaban a los dados, esperando que llegaran nuevos mercaderes. Fue a esa hora cuando Jesús pasó por delante de la mesa de impuestos de Mateo.
Mateo - Eh, tú, ven acá.
Jesús - ¿Qué pasa?
Mateo - ¿Qué llevas en ese saco?
Jesús - Herraduras.
Mateo - ¿Herraduras, verdad? ¿A dónde vas tú, si se puede saber?
Jesús - Voy a Corozaim.
Mateo - ¿A hacer qué, si se puede...
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