Monseñor Gerardi
27 de abril de 1998. Suena el teléfono. Despierto
asustada y veo el reloj: tres de la madrugada. Sé que
sólo puede ser una mala noticia. Claro, lo es. Llama
mi editor en Siglo Veintiuno, Carlos Canteo, quien a
quemarropa me dice: “Mataron a Gerardi, apurate y
venite al periódico porque vamos a sacar un espe
cial”. Sus palabras me espantan la modorra. Automá
ticamente lepregunto: “¿Cómo? ¿Qué pasó?” Y su
respuesta me deja helada: “Lo golpearon en la cabe
za con una piedra, en la casa parroquial”. La frase
suena como el guión de una película insólita. Siento
miedo.
Entrevisté a Gerard i una vez, un año y medio
antes en el Arzobispado. Vagamente lo recuerdo con
un traje negro, caminando entre pinturas barrocas
de la Virgen María y el Niño Dios, y cortinascu
briendo su oficina con sombras solemnes. De pron
to, imagino a alguien golpeándolo con una piedra.
La idea es escalofriante.
Me ducho y visto a la carrera. Cuando subo a mi
auto, mi miedo ya es pánico. No puedo creer lo que
sucede. Tal vez por paranoia, inmediatamente pien
so en lo que pudieron sentir los periodistas durante
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el conflicto armado, cuando aparecía muertoalguien
que había hecho o hablado de más, según sus ver
dugos. Pienso: “Ahora nos toca a nosotros sentir lo
mismo”, sin querer creerlo. Me siento vuln erable.
Desde que salgo de casa, miro en todas direcciones,
en el trayecto hacia el periódico.
Recuerdo el informe Guatemala: Nunca más, del
proyecto Recuperación de la Memoria Histórica (Re
mhi), que señalaba al ejército como el mayorres
ponsable de las violaciones de derechos humanos
durante el conflicto armado. Su divulgación dos días
antes, y la expectativa y temores que despertó, me
ubican en el trasfondo que se le dio al crimen en las
horas, días y semanas por venir.
Intenté medir la situación el resto de la jornada,
y mi primera conclusión no cambió mucho en los
años que siguieron al crimen. La muerte delobispo,
planificada o no, no parecía ser el producto de una
orden institucional del ejército por una razón: el
costo político era muy alto. En 1998, una autoría
intelectual vinculada al ejército parecía lógica, pero
la lógica no siempre está casada con la realidad. En
el tablero, hay otras piezas que considerar.
Un escrutinio más cercano del caso obliga a ex
plorar las estructuras de podermercenario (civil y
militar) que no actúan a título institucional, pero que
sirven a sus propios intereses económicos y políticos
para sobrevivir, o a los del mejor postor en el Estado
o en el crimen organizado.
Estas estructuras, clandestinas y poderosas, for
talecidas durante el conflicto armado, no tienen vi
sos de desaparecer, y continuamente nos recuerdan
a los guatemaltecos lomacabramente usual que es
la intimidación –o eliminación– selectiva de quienes
amenazan los intereses de ese submundo. Los even
tos ocurridos en el contexto del caso Gerardi desnu
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daron esa realidad. La noche del 26 de abril de 1998
era imposible percibirlo en medio del impacto de la
noticia, pero ahora –más de diez años después– re
sulta cristalino.
Gerardi: Muerte en elvecindario de Dios explora
los aspectos a los que estuvo expuesta la investiga
ción criminal del caso, y cómo pudieron afectar su
curso y percepción. Entre ellos destacan las con
diciones políticas en 1998, dos años después de la
firma de la paz.
¿El crimen lo fraguaron militares desplazados
para perjudicar al ejército o al gobierno, o fue una
venganza contra Gerardi por el Remhi en nombrede la vieja guardia de las fuerzas armadas? ¿Puede
ser que secretos escandalosos, ajenos al móvil del
crim en, fueron maquiavélicamente usados por los
asesinos para alejar la atención de las pistas reales,
o por conspiradores ajenos al crimen para manejar
el caso según sus intereses políticos?
Creer que el contexto histórico y político no in
fluyó en la investigación del crimen implica...
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