Monólogo De La Muerte

Páginas: 407 (101606 palabras) Publicado: 4 de marzo de 2013
Estelibro está dedicado a Haris y Farah, ambos la nur de mis ojos, y a las mujeres afganas.
Primera Parte
1 Mariam tenía cinco años la primera vez que oyó la palabra harami.
Fue un jueves. Tenía que ser un jueves, porque Mariam recordaba que había estado nerviosa y preocupada ese día, como sólo le ocurría los jueves, cuando Yalil la visitaba en el kolba. Para pasar el rato hasta que por finllegara el momento de verlo cruzando el claro de hierba que le llegaba hasta la rodilla y agitando la mano, Mariam se había encaramado a una silla y había bajado el juego de té chino de su madre. El juego de té era la única reliquia que la madre de Mariam, Nana, conservaba de su propia madre, muerta cuando Nana tenía dos años. Nana adoraba cada una de las piezas de porcelana azul y blanca, la grácilcurva del pitorro de la tetera, los pinzones y los crisantemos pintados a mano, el dragón del azucarero, que protegía de todo mal.
Fue esta última pieza la que le resbaló de los dedos a Mariam, cayó al suelo de madera del kolba y se hizo añicos.
Cuando Nana vio el azucarero, enrojeció y el labio superior empezó a
temblarle, y sus ojos, tanto el perezoso como el bueno, se clavaron en Mariam,fijos, sin pestañear. Parecía tan furiosa que Mariamtemió que elyinn volviera a
apoderarse del cuerpo de su madre. Pero elyinn no apareció esa vez. Nana
agarró a Mariampor las muñecas, la atrajo hacia sí, y con los dientes apretados
le dijo:— Eres una harami torpe. Ésta es mi recompensa por todo lo que he
tenido quesoportar. Una harami torpe querompereliquias. Mariam no lo entendió entonces. Nosabía lo que significaba la palabra
harami, «bastarda». Tampoco tenía edad suficiente para reconocer la injusticia,
para pensar que los culpables son quienes engendran a la harami, no la harami,
cuyo único pecado consiste en haber nacido. Pero, por el modo en que Nana
pronunció la palabra, Mariam dedujo que ser una haramiera algo malo,
aborrecible, como un insecto, como lascucarachasquecorreteaban porelkolba
y sumadreandabasiempre maldiciendo y echando aescobazos. Mariamlo comprendió alcrecer, cuando se hizo mayor. Fue la manera de
pronunciar la palabra, o más bien de escupirla, lo que más le dolió. Entendió
entonces a qué se refería Nana, que una haramiera algo no deseado, que Mariamera una persona ilegítima que jamás tendría derecho legítimo a las cosasMariamera una personailegítima que jamás tendría derecho legítimo a las cosas
que disfrutaban otros,cosascomo elamor, lafamilia,el hogar, laaceptación.
Yalil nunca llamaba a Mariam por este nombre. Para Yalil ella era su
pequeña flor. Le gustaba sentarla sobre su regazo y relatarle historias, como el
día que le contó que Herat, la ciudad donde Mariamhabía nacido en 1959, fue
en otro tiempo lacuna delacultura persa,hogar deescritores, pintores y sufíes. — No podías estirar una pierna sin darle a un poeta un puntapié en el
trasero -dijo entrerisas.
Yalil le refirió la historia de la reina Gauhar Shad, que en elsiglo XV había
erigido los famosos minaretes como tierna oda a Herat. Le describió los verdes
trigales de la ciudad, los huertos, las vides cargadas de uvas maduras, los
atestados bazaresamparadosbajo los soportales. — Hay un pistachero -dijo un día Yalil-, y debajo está enterrado nada menos que el gran poeta Jami. -Se inclinó hacia ella y susurró-: Jami vivió hace más de quinientos años. Ya lo creo. Una vez te llevé a ver el árbol. Eras muy
pequeña. No lo recordarás.
En efecto: Mariam no lo recordaba. Y aunque viviría los primeros quince
años de su vida tan cerca de Herat que podríahaber ido andando hasta allí, Mariamjamás vería elárbol de la historia. Jamás vería los famosos minaretes de
cerca y jamás recogería la fruta de los huertos de Herat, ni pasearía por sus
trigales. No obstante, siempre queYalil le hablaba así, Mariamlo escuchaba con
deleite.AdmirabaaYalil por su vasto conocimiento delmundo. Seestremecía de
orgullo por tener un padre quesabíatalescosas. —...
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