Pena de muerte

PENA DE MUERTE
Cuando George Bernard Shaw despotricaba contra la pena de muerte, seguramente lo hacía partiendo de profundas meditaciones, de noches en vela, obsesionado con esta singular forma de solucionar problemas por las que optan muchas más sociedades de las que pensamos.
Cuando la “patria movilera”, toma por asalto, sin nada de meditación, a un pobre sobreviviente de esta decadenteguerra del conurbano bonaerense, no se irá con un buen argumento para el comienzo de este inútil debate, sino con lo que quiere escuchar:” A éstos a que matarlos a todos; hay que entrar a la villa y ponerlos contra el paredón”. No faltará el vecino de pocas luces que soltará el inevitable “que vuelvan los militares”, que a esta altura despierta más ternura que irritación.
El dilema no parece ser muycomplicado: La pena de muerte oficiando como disuasión de futuros delitos aberrantes o como un mero mecanismo vengativo del estado a favor del los deudos de la infortunada víctima.
Si vamos a optar por el segundo sistema, estamos realmente perdidos: Habremos aceptado que el estado no puede darnos otra cosa que el consuelo de la venganza. Entonces será cuestión de esperar, sin más remedio que nostoque la desgracia, para ir a reclamar, casi burocráticamente que se le arruine la existencia a otra familia. El poder se mostraría complacido; no más planes ni medidas imaginativas, no más gastos en cárceles de educación superior en delito, sólo votos fáciles en nombre de la implacable eficiencia en barrer con la escoria, que no tiene empacho en masacrar a una anciana, sin que por un minuto se lecruce en su arruinada mente la imagen de su madre o abuela.
Al respecto algunos ilustres académicos han argumentado con algo más de criterio. Reclamar la vida de alguien constituye un acto temerario; nuestros actos son complejos y no están determinados por la posibilidad de recibir un castigo. El grueso de la ilegalidad penal está dirigido a ataque a la propiedad y eso exige una reflexión acercade los niveles de inequidad antes que la pena de muerte. La pena de muerte no puede utilizarse como mecanismo de disuasión hacia otras personas. Quitar la vida como instrumento de política criminal es inaceptable, porque implica poner a una persona como portador del mensaje estatal, antes que como un individuo responsable de un crimen.
Aún más aterrador es pensar en un sistema judicial que noes capaz de asegurar que quienes están encarcelados, son realmente culpables de los delitos que se le atribuyen. En una sociedad hambrienta de que se castigue, la lógica utilitarista de complacer a cualquier precio, aunque eso signifique, situaciones de extrema injusticia, vuelve escalofriante pensar en penas imposibles de retrotraer, donde el estado debería absorber todo el peso de lairremediable consecuencia; el sistema perdería credibilidad de manera definitiva y todos nos transformaríamos en potenciales víctimas, de verdugos comprados por la corrupción o tapados por la ineficiencia.
El oxidado debate de la mano dura, y la referencia inevitable a la pena capital, vuelve cada vez con mayor frecuencia a ocupar espacio en la vida nacional, y por si fuéramos pocos hablando tonterías,hasta personajes poco ilustrados del espectáculo, aunque con un indudable poder de influencia sobre vastos sectores de la sociedad, aportaron limitadas visiones sobre mágicas formas de parar lo imparable. Es verdaderamente irritante como ante una cuestión tan compleja, la agenda del debate sea encabezada por personajes de escaso vuelo intelectual, de discurso monocorde y absolutamente incapaces deofrecer un adecuado contraste de posiciones, que vuelva evidente la imposibilidad de adoptar medidas apresuradas.
Tesis más meditadas afirman que conceptos como mano dura y mano blanda no son irreconciliables sino complementarios. La posición dura es necesaria para el corto plazo ante un contexto alarmante de incremento de la delincuencia; mientras que posturas algo más flexibles se necesitan a...