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EL SEXO DE LAS POLILLAS
Vinimos a Berlín por razones que prohíbe la razón. A las puertas de aquel hotel nos arropamos con abrigos de piel de cordero y, sin mirar atrás, dejamos nuestros egos aparcados en doble fila. Las Hienas era el último hotel en el que buscarían —nunca se va a por rosas al puticlub de la esquina—. 
En recepción abandonamos un par de nombres inventados. Teníamos prisa. Lascoces del reloj empezaban a romper nuestras costillas. Él y yo, en la recepción de aquel hotel: mintiendo, amándonos, firmando nuestra luna de miel y, yo, siendo solo la vulgar abeja obrera de esas que mueren si pican. Allí estaba de pie —¡a mi lado!—: ¡mi dios, a no más de treinta centímetros de mí! ¡El mismo dios que me absolvió el pecado de no saber mentir!… 
Nunca se me dio bien esconder elamor que por él sentía; era un hombre apuesto, absorbente, un niño escondido en un cuerpo decadente y maltratado por un credo de los que jamás se olvidan. Su dinero y fama incitaban las caderas de cualquier señora, fuera puta o dama… 
Por alguna casualidad me eligió a mí. Lo veía sangrar, allí, de pie, nervioso y agitado. No podían verme con él y eso me frustraba —y me excitaba—. Pervertí ladistancia real que existía entre los dos, le hice el amor allí mismo con la mirada y gocé; asfixié mi orgasmo con el sudor de mis piernas desnudas y lo callé con una tos nerviosa.
Nos despidió el recepcionista y con las prisas llegamos antes que el sol a aquella habitación numerada y oscura. Cerramos la puerta plantando a nuestras sombras. 
—¡Empieza a quitarte la ropa! ¡Voy a follarte!— dijo mientrasme golpeaba hacia la cama —¿Qué hablamos? ¡Rápido! ¡Moriremos de placer!— rió.
Obedecí. Él me había elegido. Le guiñé un ojo a su Rólex, el tiempo no pensaba en nosotros. Como prefacio, le desabroché el reloj con el mismo erotismo que si estuviese bajando la cremallera de sus pantalones. Barrí la mirada en él, pero sin limpiarle aún el polvo, le desnudé en mi mente como Miguel Ángel a Davidhasta desenterrar los secretos de un sexo en llamas, que jamás vi, nunca se dejaba ver desnudo. Divisé su Walther PPK calibre 7,65 mm en el bolsillo derecho del pantalón; era eso o él ya había saltado al segundo capítulo. 
Se precipitó sobre mí. Nunca me dejó manipularle en la cama, era de esos hombres que pensaban que la mujer perfecta únicamente tenía piernas: las manos y la boca quedaban,rigurosamente, restringido a las putas, nunca a una dama. Comenzó a babosearme por inercia, con besos que no saben a nadie, destinando todas sus fuerzas hacia su pene que comenzaba a hincharse. Inmediatamente se bajó la cremallera con la mano derecha, mientras su izquierda amasaba mis senos intensamente, creando un dolor casi insoportable. No podía quejarme, eso era absurdo, el dolor para él era placer enexceso. 
—¿Lo sientes? ¡Oh, sí, debes de sentirlo! ¡Yo lo siento! ¿Preparada? La última vez, Eva, lo siento. ¡Eva! ¿Estamos preparados? Es el fin. Cuenta conmigo. 3…2…—Los dos contábamos—…1…
De repente sonó un ruido ensordecedor que nos descubrió en mitad del orgasmo. Miré al suelo y mi vestido alfombraba junto un grupo de polillas leonadas y salpicadas que me repugnaron. Debían ser hembras.Eran enormes. Me levanté inmediatamente y me vestí. Salí a la puerta y observé el pasillo: no había nadie. 
—No se divisa persona alguna en el corredor señor—le dije mientras permanecía en medio de aquella habitación de pie, sugiriéndole más. 
Me fijé y las polillas habían cambiado de lugar, ahora permanecían en la cama bebiendo. Quedaría solo media hora pero ahora mandaba yo. 
—Maldito hijo deputa, ¿siempre ganas no? —dije abalanzándome sobre él.—¡Eres mío cabrón! ¡Solo mío! —me subí el vestido. 
Enloquecí, me quedé tan sorda y ciega como él, mientras aquellas arenas movedizas engullían nuestros cuerpos. Lo desnudé tan lentamente que el tiempo se cabreó. Le retorcí el alma hasta ponerla mirando al infierno. Comencé a lamerle entero hasta que cada surco de su cuerpo viejo me quitó la...