Poemas

José Antonio del Cañizo
Saltar a: navegación, búsqueda

José Antonio del Cañizo (Valencia, 1938) es un escritor español de literatura infantil.

Ingeniero Agrónomo de profesión, especializado en jardinería; entró tarde en el mundo de las letras. Suele escribir narraciones bien intencionadas con un constante toque de humor amable, una muy marcada preocupación humanista y pacifista (querecuerda particularmente a Antonio robles) y una especial atención por el mundo de los viejos, descritos por lo general como personajes llenos de inventiva y energía. Ejemplo claro de esto último es Las cosas del abuelo; de la inquietud humanista, El maestro y el robot.

Diseñadas con suma perfección y colocadas en su sitio con exactitud; pero que eran una simple escultura de orejas o reproducciónmilimétrica de orejas, pues no cobijaban ningún órgano, mecanismo ni invento destinado a interesarse por lo quealgún semejante pudiera tener que decir...Pero es inútil intentar describirlo, porque lo que mejor lo describía era eso: que, una vez retirada la vista de él, nadie podría describirlo. Nadie podría recordarlo nadie podría amarlo. Pero su postura sí sugería el que pudiera estar meditabundo yabatido. Quizáporque siempre lo habían visto de pie, alto, fuerte, arrogante.La puerta se cerró tras ellos. No pudieron evitar el mirar atrás, comprobar queestaban encerrados y cruzar entre sí miradas temerosas. Si el robot tenía malasintenciones, nadie del pueblo, nadie en el mundo, nadie de las galaxias podríaayudarlos.La música cesó.El robot se levantó.Pasó sobre ellos una rápida e inexpresivamirada y, lentamente, con gestos deautómata, tomó su casco y cubrió con él su cabeza como un guerrero medieval.Lo giró levemente y un ¡clic! indicó que estaba encajado. Apagó totalmente lasluces.Los cuatro amigos se apiñaron, en la total oscuridad herméticamente cerrada, y apocos pasos de distancia de su enemigo. Cosme cogió el brazo de Nicomedes.Jacobo pasó su brazo por los hombros de Elisa.Unrayo de luz brotó. Un ojo del robot se encendió. En el muro apareció elrectángulo de una pantalla. Y comenzó una nueva proyección. El robot no les habíadicho nada, ni de palabra ni con gestos. Pero como les había abierto la puerta,como los había esperado, algo tendría que decirles. Parecía haber escogido paraello los medios audiovisuales, de los que tantas demostraciones maravillosas leshabíahecho.Y el rectángulo se pobló de imágenes en relieve.¡Era, de nuevo, la filmación del mundo en el año 2000! ¡Lo más asombroso decuanto les había hecho conocer! La mejor muestra que habían visto de aquelinvento prodigioso: el Ojo Ubicuo. Y allí tenían, ante sus ojos nuevamente atónitos,las imágenes técnicamente más milagrosas que un ser humano podría ver,rodadas por una cámara que sobrevolase elplaneta Tierra dentro de unos lustros.De nuevo las murallas de hormigón, las asfixiantes marañas de pasos elevados ycalles rodantes. De nuevo la desasosegante presencia de los habitantes de laciudad única que llenaría la Tierra...Las imágenes que habían visto la otra vez tocaban a su fin. Los cuatroespectadores se preguntaron qué ocurriría ahora, al encenderse las luces yencararse de nuevo con elrobot.Pero, ¡cuál no sería su sorpresa!, la proyección continuó. Una vez finalizado elúltimo plano que ya habían visto se inició otro: en una lenta panorámica, la cámaraiba contemplando distintos aspectos de la inacabable ciudad, y de prontoapareció una amplísima plataforma elevada sobre una alta meseta derascacielos. ¡Era un aeropuerto del año 2000! Los cuatro espectadores, aún conel corazón encogido,no pudieron reprimir la alegría de ver cómo sería un

aeropuerto en los albores del siglo XXI.Los más increíbles objetos voladores, como diseñados por un científico y undecorador enloquecidos, reposaban sobre la inmensa superficie. Y cuando loscuatro se extasiaban, boquiabiertos, ante los distintos aparatos, la cámaraencuadró súbitamente uno de ellos, visto de cerca.—¡El castillo de cristal!...