01elfantasista

Páginas: 194 (48496 palabras) Publicado: 28 de marzo de 2015
desparramando la basura de los techos y ovillando el ecuménico hastío de la tarde pampina.
Ellos sólo atinaron a detenerse y cerrar los ojos: la mujer afirmándose las polleras
sin soltar la maleta; el hombre con la pelota bajo el brazo, las piernas abiertas en compás y
la cabeza gacha, lo mismo que un futbolista recibiendo instrucciones para ingresar a la
cancha, o como el hermano ZacaríasÁngel orando en la calle antes de largarse a predicar el
advenimiento de la segunda venida de Cristo.
Cuando el remolino terminó de pasar y se perdió por el lado del Rancho Huachipato
(donde segundos antes los cuatro electricistas del campamento, como cuatro ánimas de
mediodía, acababan de entrar, sigilosamente, en fila india), el hombre y la mujer abrieron
los ojos, escupieron arenilla, se sacudieronun poco la ropa y siguieron su camino.
En realidad parecían no ir a ninguna parte.
Media cuadra más adelante, atraídos tal vez por el bolero de José Feliciano que
bostezaba el wurlitzer —y que amelcochaba aún más la canícula de la siesta—, se
detuvieron ante las puertas de la pastelería Ibacache, justo enfrente de nosotros. Ahí se
dejaron caer descoyuntados, adosando sus espaldas a las tibiascalaminas del frontis.
Aunque hasta ese momento no habían cruzado una sola palabra entre ellos, la mujer, que no
dejaba de mascar chicle y hacer globitos rosados, daba la impresión de ser mucho más
silenciosa y desvalida que él. En su actitud había un aire casi de penitencia.
Nosotros nos hallábamos sombreando bajo el alero de cañas del Rancho Grande,
capeando el calor con los helados que nos habíatraído el Cocata Martínez y comentando las
incidencias del partido del día anterior (los Cometierra de nuevo nos habían ganado). Y, por
supuesto, conjeturando, calculando y prediciendo qué cresta iría a pasar el próximo
domingo en el partido de vuelta. Lo único claro para todos era que ese día teníamos que
ganar como fuera, aunque en ello dejáramos la vida. Y es que se trataba de nuestro últimoencuentro como local, la última vez en la vida que jugaríamos en nuestro reducto. En
definitiva, para nosotros este representaba el último partido de fútbol antes del fin del
mundo.
Sentados en la vereda, tras descansar un rato, los recién llegados comenzaron a
ejecutar un extraño rito. Mientras él se desvestía y se quedaba en pantalones de fútbol —
verdes y demasiado anchos también para su cuerpo—,ella tomó la pequeña maleta, la
acomodó en su falda y, con la prolijidad y la unción de estar presidiendo una ceremonia
litúrgica, comenzó a extraer algunos objetos que fue ordenando metódicamente en el suelo.
Sacó primero un par de zapatos de fútbol; luego, un par de medias enrolladas;
después, unas vendas sucias y amarillentas; una muslera, y, por último, una cajita de
salicilato.
Sin darsecuenta, o importándole un zuncho la presencia de los primeros niños que
observaban curiosos, el hombre se tendió de espaldas en el suelo —ahora con la pelota de
almohada—, para que ella, luego de untar sus manos con salicilato, comenzara a masajearle
las piernas, primero con suavidad y luego de manera enérgica. Después procedió a vendarle
cada uno de los pies, le puso las medias a rayas verdes yblancas, le colocó la muslera en la
pierna izquierda, y, antes de calzarle y abrocharle los botines, de esos con estoperoles (en

la pampa sólo usábamos con puentes), aunque se veían como recién lustrados, les sacó brillo
con el ruedo de su falda gitana.
Cuando el hombre se puso de pie y se quitó la camisa con palmeras y soles
anaranjados, vimos que debajo llevaba una camiseta del Green Cross, elequipo profesional.
Mientras los niños miraban atónitos y maliciosos cómo él comenzaba a ejecutar
algunas elongaciones más bien suaves, la mujer sacó de la maleta una cajita de Ambrosoli,
de esas de lata, con un papel pegado que decía «contribuciones». Luego extrajo un seboso
pliego de cartulina doblada en cuatro, con fotos y recortes de prensa pegados con chinches,
que desplegó y extendió en la...
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