1° Capítulño de la primera parte de El enigma de Paris

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Me llamo Sigmundo Salvatrio. Mi padre llegó a Buenos Aires desde un pueblo que está al norte de Génova y sobrevivió gracias al oficio de zapatero. Cuándo se casó con mi madre, ya tenía supropia zapatería, especializada en calzado de hombre. Muchas veces lo ayudé en sus tareas, y si hoy en nuestra profesión se habla de mi método para clasificar las huellas halladas en la escena delcrimen –método Salvatrio-, debo esa invención a las horas que pasé con las hormas y las suelas. Investigadores y zapateros ven el mundo desde abajo, y unos y otros se ocupan de los pasos humanos enel momento que en que estos se desvían del camino.
Renzo Salvatrio no era afecto a los gastos excesivos, pero una vez por año hacía un gasto extraordinario: me regalaba un rompecabezas por micumpleaños. A mi padre le perecía que los rompecabezas entrenaban la inteligencia y grababan imágenes imborrables.
‘’En nada se parece un rompecabezas a una investigación’’ aseguraba quienhabría de ser mi maestro, Renato Craig. Fue esto lo que me llevó a responder el aviso que el mismo Craig publicó en los diarios en febrero de 1888. Renato Craig, el único y famoso detective de la ciudad,por primera vez expondría su saber ante un grupo de jóvenes. Durante un año, los elegidos aprenderían las artes de la investigación y estarían en condiciones de ser ayudantes de cualquier detective.En la misma página de diario en la que se encontraba el aviso, había otro en el que se anunciaba la llegada de un mago hindú llamado Kalidán.
El mensaje del detective me impresionó porque elhecho de que el solitario Craig por fin estaba dispuesto a hablar sobre su experiencia. Craig era integrante de Los doce Detectives, la asociación que reunía a los grandes detectives de todo elmundo, la mayoría tenía su adlátere. En la revista La Clave Del Crimen, Craig había defendido a menudo su posición: los asistentes no eran imprescindibles, la soledad correspondía mejor al carácter del...