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No escuches su canción de trueno
José Roberto Duque
Los ex campeones mundiales Bernardo Piñango, Ildemar Paisán y Fulgencio Obelmejías; el promotor Rafito Cedeño, Roberto Riveiro –La Biblia del Boxeo– y el periodista Ramón Navarro, aportaron memoria y material impreso para la reconstrucción de esta historia.
Durante los últimos años he sido cronista de sucesosde varios diarios de la capital. A mis manos suelen llegar denuncias e historias que reflejan la crueldad y también la profundidad humana de los héroes, antihéroes, matones a sueldo y ciudadanos desvalidos que pueblan esta especie de hormiguero en ebullición. Lo cual –quiero decirlo sin amargura ni poses moralistas– me ha dotado de cierto escudo contra las rabias que puede suscitar el prójimo acausa de los extremos limítrofes con la barbarie. Por una parte, víctimas de vejámenes y torturas; padres, hijos y hermanos de personas muertas o desaparecidas. Del otro lado, asesinos de uniforme o de civil, pederastas, médicos tan ineptos a la hora de una delicada intervención quirúrgica como intocables debido a sus contactos en el mundo político; funcionarios corruptos, estafadores varios. Vayasi los conozco. A todos puedo mirarlos a la cara sin asco. A todos los he recibido incluso con cordialidad, y con todos tengo la obligación de hablar. No hay nada postizo ni heroico en ello: para eso me pagan.
Pero siempre la vida nos tiene reservado un sobresalto, y el mío se presentó en mi oficina en el pellejo de este caballero, Gerardo Leiva. En un primer momento no se identificó: “No esimportante quién soy sino a qué vengo”, dijo, en un tono muy adecuado para un actor de películas de vaqueros. Aparentaba sus cincuenta y tantos, tal vez 60 años. Más tarde me enteré de que apenas llegaba a 45. Parecía, a primera vista, un indigente; a segunda y tercera vista ya no lo parecía: lo era. Hablaba con el idioma inconfundible de los que han pasado mucho tiempo en la mayor fábrica demetalenguajes, que es la cárcel. Impactaba hasta la compasión su carencia física –sobre la cual no quiero adelantar detalles– y olía como huelen los seres humanos y animales que han estado mucho tiempo a la intemperie. Dadas las características de mi trabajo, su estado no podía moverme sino a la ya acostumbrada pregunta: “Cuénteme, maestro, qué le hicieron esas ratas”. El hombre me miró por dos segundos conuna extrañeza llena de carcajadas ocultas, y después me dijo: “No, licenciado, la rata soy yo”.
Acto seguido, sacó de una bolsa plástica un montón de papeles, los más sucios y arrugados que yo haya visto jamás fuera de la papelera de un baño público, y los colocó frente a mí en mi escritorio. Por el gesto que hizo después, por ese suspiro y esa exhalación que salpicó de saliva la mesa y lospapeles, parecía que acababa de liberarse de una carga de siglos, o de cerrar una puerta muy pesada tras de sí. “A ver qué puede hacer con esa mierda”, me dijo.
Me explicó que había leído por casualidad mi reportaje sobre el boxeo venezolano de los años 80, en la revista dominical del primero de marzo de 1998. Como todo un conocedor de la materia, me hizo observaciones, me señaló una fecha que nocorrespondía a la verdad histórica, y por último me indicó una falta mortal, merecedora de su reproche: “Usted no escribió ni una sola palabra sobre Santiago Leiva, El Trueno del Litoral”. Era verdad. En medio del abigarrado recuento de estrellas, ídolos y mediocridades, olvidé dedicarle un elemental vistazo a ese peleador, de quien guardaba muchos recuerdos trágicos debido a cierto escándalo publicadoen la prensa hacía muchos años, pero no los datos precisos sobre su carrera. Roberto Riveiro habría de proporcionarme más tarde el impresionante récord del pegador. Después de ello, ciertamente, lamenté no haberlo nombrado siquiera en el reportaje.
Tras mencionar y argumentar las razones del reproche, aquel visitante tuvo al fin la fineza de informarme que él era Gerardo, el hermano mayor de...
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