1 A Pedro Gimferrer
Yo, que fundé todos mis deseos
bajo especies de eternidad,
veo alargarse al sol mi sombra en julio
sobre el paseo de cristal y plata
mientras en unabocanada ardiente
la muerte ocupa un puesto bajo los parasoles.
Mimbre, bebidas de colores vivos, luces oxigenadas, que chorrean despacio,
bañando en un oscuro esplendor las espaldas, acariciandocon fulgor de hierro blanco
unos hombros desnudos, unos ojos eléctricos, la dorada caídade una mano en el aire sigiloso,
el resplandor de una cabellera desplomándose entre música suave y luces indirectas,
todas las sombras de mi juventud,en una usual figuración poética.
A veces, en las tardes de tormenta, una araña rojiza se posa en los cristales
y por sus ojos miran fijamente los bosques embrujados.
¡Salas de adentro, mágicas
paralos silenciosos guardianes de ébano, felinos y nocturnos como senegaleses,
cuyos pasos no suenan casi en mi corazón!
No despertar de noche el sueño plateado de los mirlos.
Así son estas horas dejuventud, pálidas como ondinas o heroínas de ópera,
tan frágiles que mueren no con vivir, no: sólo con soñar.
En su vaina de oscuro terciopelo duerme el príncipe.
Abandonados rizos en la mano se enlazan. Laspestañas caídas
hondamente han velado los ojos
como una gota de charol y amianto. La tibieza escondida de los muslosdesliza su suspiro de halcón agonizante.
El pecho alienta como un arpa deshojada en invierno;bajo el jersey azul se para suave el corazón.
Ojos que amo, dulces hoces de hierro y fuego,
rosas de incandescente carnación...
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