100 KMs











Los cien kilómetros.










A todas las ciudades y todos los hombres.

Caminando con pasos firmes iba yo destilando el aroma de la rutina, pensando más de lo que se puede pensar. Llego, al fin, a mi destino final y se ve dibujada la encrucijada de las circunstancias que iniciarían una cadena de eventos y pronto se traducirían en situaciones insustancialesocurriendo tramo a tramo frente a mis ojos.
El café local de los alrededores del destino se veía sombrío y cambiado, el flujo de personas era el mismo, la hora era la de siempre pero algo parecía andar mal. A tientas logré colarme entre la multitud y fue cuando me topé con un guardia de seguridad, al que llamé Fidel.
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—Discúlpeme usted, ¿Tiene la hora? —dije en voz un poco desesperada—.Volteó a verme el desprevenido hombre en cuestión.

—Son las tres con cincuenta y cinco—respondió.

— ¿Ocurre algo fuera de lo común? —pregunté al observar tanto alboroto.

No parecía haber motivo para semejante desorden de personas conglomeradas en un mismo sitio. Un lugar que solía ser pacífico y seductor a tales horas de la tarde cuando el sol caía dormido por entre los grandes edificios.Mis pensamientos fueron interrumpidos por la respuesta, un poco tardía, de Fidel.

—Fue verdaderamente aterrador todo, las personas corrían y gritaban­—dijo con expresión de angustia.

— ¿Qué sucedió?

Respiró profundamente, como quien reorganiza sus pensamientos para expresarlos en mera claridad y dijo:

—En el café hubo una explosión y con ella un difunto.

Fue entonces cuando latarde cobró la factura de inesperadas condiciones y todo empezó a pintarse en un tono más gris. El sol se posicionó más distante y la calle perdió el sabor a vida que le daba la tarde, todo convergió en el café.
Mis ojos se abrieron como dos lunas llenas hechas del cacao indiscutible de las tierras suramericanas y el corazón se detuvo por un instante cuando mi visión se posó sobre aquelestablecimiento que una vez había sido tan hermoso y que ahora eran lágrimas de sol por el que no lo había logrado.
El amarillo de las cintas policiales y los murmullos acumulados de la multitud comenzaban a extenuarme cuando noté que tan solo habían transcurrido dos segundos desde que supe lo de él. Dos segundos de interminables pensamientos y de un fugaz sentimiento que surgió como surge el polvo en lasestanterías de las librerías. Dos segundos que se tradujeron en una interrogante:

¿Cuál era su nombre?

De pronto los ruidosos murmullos se silencian de a golpe y lo caliente del ambiente se convierte en un frío aterrador.

—Martín.

Tanto era mi asombro al respecto de la situación que me asombraba más lo poco asombrado que estaba por el sentimiento que me infligía la muerte de estepersonaje al que no llamé yo sino alguien o algo mucho más poderoso.
Así que no emití ninguna respuesta hacia el guardia y con un apretón de manos procedí a continuar mi camino en ese día improvisado.
Me alejé con el mismo paso de siempre del café y mientras caminaba miré al cielo preguntándome por qué la vida y el destino funcionaban de manera tan retorcida.
Unos cuantos metros adelanteposicioné mi mirada en el frente y divisé a dos hermosas féminas que se acercaban en perfecta sincronía con dirección contraria al sentido de mi desplazamiento. Divinamente diseñadas iban entablando una conversación que no alcancé a escuchar pero a la que me hubiese hecho muy feliz incluirme.
Intuí que eran hermanas por el parecido de sus rostros y les di nombre porque no tuve el valor depreguntarlos. Carolina y Zoe.
Carolina, con ojos almendrados, una nariz perfilada, las cejas bien detalladas, con una sonrisa blanca y luminosa y una piel pálida para un mapa en el rostro con abundancia de hermosas pecas, todo esto acompañado de unos hermosos rizos color caramelo.
Zoe, de ojos verdes esmeralda, el rostro perfectamente proporcionado a su piel color canela y con sus cabellos negros y...