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Páginas: 116 (28771 palabras) Publicado: 11 de noviembre de 2015
Un periodista encuentra en una
alfombra traída de la India un
mensaje del niño que la ha tejido. Es
una petición de socorro, un grito
desesperado,
y
no
puede
permanecer ajeno a él. Aunque
millones de niños son explotados en
el mundo, el mensaje tiene un
nombre, Iqbal, y una procedencia: la
ciudad de Madurai. Un viaje a la
tienda donde fue comprada la
alfombra enfrentará al protagonista
con larealidad de los niños esclavos
que son vendidos por sus propios
padres. Pero ¿qué puede hacer un

occidental ante lo desconocido y en
un mundo que permite la esclavitud
infantil? El insólito desenlace de la
historia, lleno de fuerza y coraje, es
un canto de esperanza, tan
necesaria en estos momentos en los
que la sociedad se enfrenta al reto
de erradicar definitivamente la
explotación infantil. Jordi Sierra i Fabra

La música del
viento
ePub r1.3

ultrarregistro 02.08.14

Jordi Sierra i Fabra, 1998
Diseño de cubierta: C.E.L.C.
Editor digital: ultrarregistro
ePub base r1.1

Ésta es una historia
imaginaria.
Sin embargo, Iqbal Masih es
real, existió. Este libro está
dedicado a él y a todos los
que, para nuestra impotente
vergüenza, viven, vivieron o
vivirán como vivió y luchó él. Recuerdo.
Huíamos a través de la noche.
Casi, incluso, a través del tiempo.
Porque de lo que escapábamos era
de las tradiciones milenarias, la historia,
la incultura, el dominio del débil a
manos del fuerte, la intolerancia, la
esclavitud…
Lacras arraigadas en el submundo de
mi fascinante India.
Dios mío… mi fascinante India.
Un océano perdido, distante y

remoto, sin costas a las que nadar. No
creoque nadie se haya sentido más solo
que yo en esos instantes, corriendo,
corriendo.
Nada se movía, excepto nosotros.
Diez personas, nueve niños y un
adulto. La gran evasión.
—¡Narayan!
—¡Por aquí!
El patio, el muro interior. Primero
ella, después el resto. Yo se los subía y
ella los pasaba al otro lado.
Como plumas. Pese a ello, la
opresión de mi pecho me impedía
respirar.
¿Qué estaba haciendo? ¿Porqué

estaba allí? Si me cogían, ¿qué podía
decir? Me encerrarían en una cárcel
india y tirarían la llave. ¿Secuestro? Por
lo menos. Mis hijos crecerían
preguntándose por qué su padre había
preferido a nueve desconocidos antes
que a ellos.
Comencé a sudar.
Y de repente, ella retrocedió, volvió
atrás.
—Narayan, ¿qué haces?
Me miró con sus intensos ojos
cargados de luz.
—Yo vuelvo rápido.
—¡No!—Vuelvo rápido, espere en la calle.

¿Volvía rápido? ¿Adónde iba? Pensé
que quería coger dinero.
—¡No necesitamos nada, sube!
—¡No!
Desapareció en el patio, saltó el
segundo muro y la perdí en la oscuridad.
No era más que una cría, pero era la
jefa. Sin ella… Miré a mis ocho
compañeros.
Llegué al nivel de la calle, al frente
del pelotón, obedeciéndola casi por
instinto, pero aún más por miedo.
Mis ochoacompañantes, sin
embargo, sabían qué estábamos
haciendo. Los mayores ayudaban a los
más pequeños.

Había una extraña disciplina. Por
raro que pareciese, formábamos un
equipo. Y yo era su dios. El dios cuya
promesa significaba la Libertad.
La noche en Madurai era silenciosa.
Al llegar a la esquina de la calle
inicié la espera.
La más tensa, terrible, dramática y
especial de las esperas de mivida.
Fue en ese instante cuando todo pasó
por mi cabeza.
Minuto a minuto.
Como el condenado a muerte que ve
llegar el fin y rememora su existencia.
En mi caso no era tanto. Sólo desde
aquel día. Desde la llamada de mi

primo.
Sí, los cinco peores minutos de toda
mi vida.
Antes de que estallara la tormenta y
las llamas del gran incendio nos
empujaran de nuevo por las calles de la
ciudad a mí y amis… ¿liberados?
Alguien escribió una vez: «Si los
pájaros no son libres de las cadenas del
cielo, ¿qué pretendemos nosotros en la
cárcel de la Tierra?».
—Estás loco —me dije antes de que
volvieran las preguntas.
¿Por qué estaba allí? ¿Qué
demonios, hacía? ¿A qué jugaba? No era
un juego. Lo sabía. Nunca lo fue.

Desde el mismo momento en que
escuché la llamada de Martín.
La llamada de Martín,...
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