2014 Agosto CUENTO EL COBARDE
El cobarde
José Luis González
Aquel hombre no sabía más que sonreír, hasta cuando lo insultaban. En el pueblo los hombres lo miraban con desprecio, las mujeres se burlaban deél sin disimulo y los muchachos llegaban a tirarle basura a la cabeza. Él lo soportaba todo, paciente como un buey, con su cobardía parapeta detrás de una sonrisa bonachona.
Si no recuerdo mal, sellamaba Eladio Pantoja. Tres años atrás había llegado al pueblo, procedente de nadie sabía dónde. Vivía en un perpetuo estado de miseria, con la ropa que llevaba encima cayéndose a jirones, de purovieja.
Sólo una persona en el pueblo lo trataba con humanidad: doña Marcela, la viuda paralítica que vivía en los altos del almacén. Allí acostumbraba comer el hombre todos los días, a cambio delos pequeños servicios que le prestaba a la inválida. Allí también olvidaba a ratos que afuera había una calle. Una calle llena de gente inexplicablemente hostil.
-Eladio, a ti no te gustan lasmujeres...¡cuidao!
Él apenas volteaba la cabeza y sonreía. Sonreía siempre. ¡Aquel hombre no sabía más que sonreír! Por eso, y por otras cosas, dieron en juzgarlo cobarde, maricón.
Hasta unanoche en que...
...el revólver de un guardia ladró tres veces en la esquina de la plaza, anunciando el incendio. Cuando la gente, todavía con el calor de las camas en el cuerpo, llegó frente al almacéndel pueblo, éste era ya una hoguera gigantesca.
Una fila de hombres medio adormilados comenzó a pasar baldes de agua desde la casa contigua, en un intento inútil por dominar las llamas.
Minutosdespués el dueño del almacén, un anciano obeso, gritó:
-¡Doña Micaela todavía está en los altos!
Los vecinos que contemplan el incendio se miraron los unos a los otros, con una muda interrogaciónen los ojos agrandados por el espanto.
Allá adentro, una viga del primer piso se desplomó con un largo crujido entre un remolino de chispas. El viejo volvió a gritar:
-¡Hay que sacar a esa mujer...
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