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Páginas: 394 (98411 palabras) Publicado: 19 de junio de 2015
Muy a menudo, las cosas no
resultan ser lo que aparentan. Esto
les sucede tanto a los delincuentes
convencidos de haber dado el golpe
perfecto, a funcionarios policiales
que logran localizar a un disidente, a
mujeres solas que son seguidas, o
incluso a maridos que creen que
comprando son los más listos.
Doce relatos, doce pistas falsas con
una característica común: que
realmente no lo son, y queson sus
observadores los que las falsean y
convierten al lector en cómplice de
sus equivocadas apreciaciones.

Jeffrey Archer

Doce pistas
falsas
ePub r1.2

Titivillus 31.12.14

Título original: Twelve red herrings
Jeffrey Archer, 1994
Traducción: José Manuel Pomares
Olivares
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2

Un error de
cálculo

R

esulta difícil saber con exactitud
por dóndeempezar. Pero antes,
permítanme explicarles por qué estoy en
la cárcel.
El juicio había durado dieciocho
días, y los bancos destinados al público
estuvieron abarrotados desde el mismo
momento en que el juez entró en la sala.
El jurado, en el tribunal de Leeds, había
estado reunido durante casi dos días, y
se difundió el rumor de que sus
miembros estaban irreconciliablemente

divididos. En el banco delos abogados
ya se hablaba de disolverlo y volver a
celebrar el juicio, puesto que ya habían
transcurrido más de ocho horas desde
que el juez Cartwright le había
comunicado al presidente del jurado que
su veredicto ya no necesitaba ser
unánime; una mayoría de diez a dos
sería aceptable.
De repente, se produjo una agitación
en los pasillos, y los miembros del
jurado ocuparon tranquilamente susasientos. La prensa y el público
empezaron a entrar precipitadamente en
la sala. Todas las miradas se fijaron en
el presidente del jurado, un hombre
grueso y bajo de estatura, con aspecto

gelatinoso, vestido con un traje de
chaqueta cruzada, camisa a rayas y una
corbata de lazo de vivo color, que se
esforzaba por aparentar una actitud
solemne. Parecía la clase de tipo con el
que, en circunstanciasnormales, habría
podido disfrutar tomando una jarra de
cerveza en el bar local. Pero estas no
eran circunstancias normales.
Al subir de nuevo los escalones que
conducían al banquillo de los acusados,
mis ojos se fijaron en una bonita rubia
que había visto en la galería de
asistentes durante los días de la vista.
Me pregunté si tendría la costumbre de
acudir
a
todos
los
juicios
sensacionalistas porasesinato, o si es

que, simplemente, se sentía fascinada
por este. No demostró el menor interés
por mí y, como todos los presentes,
concentraba la atención en el presidente
del jurado.
El secretario del tribunal, con peluca
y vestido con una larga toga negra, se
levantó y leyó en una tarjeta las palabras
que, en mi opinión, se sabía de memoria.
—Que se levante el presidente del
jurado, por favor.—El hombrecillo
gelatinoso se levantó lentamente de su
asiento—. Le ruego que conteste a mi
siguiente pregunta con un «sí» o un
«no». Miembros del jurado, ¿han
alcanzado un veredicto con el que estén
de acuerdo al menos diez de ustedes?

—Sí, lo hemos alcanzado.
—Miembros del jurado, ¿encuentran
al detenido culpable o inocente de los
cargos que se le imputan?
Se produjo un silencio total en lasala.
Yo tenía la mirada clavada en el
presidente del jurado, con el lazo de
color vivo. Se aclaró la garganta y
dijo…

Conocí a Jeremy Alexander en 1978,
durante un seminario de formación de la
CBI en Bristol. Cincuenta y seis
empresas británicas que buscaban
formas de expandir sus negocios en

Europa se habían reunido para asistir a
una conferencia informativa sobre
legislación comunitaria. Enel momento
en que inscribí en el seminario a
Cooper’s, la empresa de la que soy
presidente, esta poseía 127 vehículos de
distintos pesos y tamaños y se estaba
convirtiendo con rapidez en una de las
mayores empresas de transporte por
carretera de Gran Bretaña.
Mi padre había fundado la empresa
en 1931; empezó con tres vehículos, dos
de ellos tirados por caballos, y una línea
de crédito de hasta...
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