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Páginas: 456 (113983 palabras) Publicado: 1 de septiembre de 2015
Cuando tres amigas del sur de
Yorkshire celebran un picnic sobre
un ancestral símbolo de la fertilidad,
ninguna podría haber imaginado que
en un periodo de cuatro meses
todas
tendrían
los
óvulos
fertilizados.
Las protagonistas de esta historia,
Helen, Janey y Elizabeth, son tan
cercanas y entrañables que parece
que las conozcas de toda la vida. Y
las historias tan reales que podrías
ser túmisma.

Milly Johnson

El club del pudin
ePub r1.0
Titivillus 07.08.15

Título original: The Yorkshire Pudding
Club
Milly Johnson, 2007
Traducción: Patricia Sánchez Maneiro
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2

Este libro está dedicado
a tres generaciones de
mi familia:
A mis amados hijos,
Terence y George.
Queridos, que todos
vuestros amigos sean tan
maravillosos como los
míos.
A mi difuntaAbuela
Hubbard, que hacía mis
pasteles de cumpleaños
y le encantaba leer, y a
mi Abuelo Hubbard,

poeta, que hacía los
mejores Yorkshire
Puddings a este lado de
Marte y era un hombre
que sabía apreciar a las
mujeres fornidas.
Y a mi mamá y a mi
papá, Jenny y Terry
Hubbard, que no tienen
ni idea de a qué extraña
criatura han criado,
pero que me quieren de
todas formas.

PRÓLOGO

El pasadoseptiembre
Se tomaron el día libre y la
acompañaron porque, en los tres
millones de años que llevaban siendo

amigas, era la primera vez que Helen les
pedía un favor. Así fue cómo Elizabeth
acabó acarreando una cesta de picnic
por un lugar solitario y cubierto de
hierba mientras observaba cómo una de
sus mejores amigas se movía
sinuosamente y se disponía a sentarse
sobre el gigantesto apéndice de unhombre con un garrote esculpido en la
ladera de un condado desconocido.
—Hels, ¿estás bien de la cabeza? —
preguntó.
Janey no dijo nada, pero un
desconcierto similar se reflejaba en su
mandíbula desencajada, mientras Helen
guardaba en el bolso los pantalones que
se había quitado para después sentarse

con determinación y de manera triunfal
sobre la fálica protuberancia del señor
Grande.
—Si oshubiera dicho lo que quería
hacer, ¿habríais venido? —dijo—.
¡Creo que no! Habríais tratado de
disuadirme, ¿verdad?
—Por supuesto que sí —dijo
Elizabeth, mientras pensaba: «Ha
perdido la cabeza».
—¿Esto es lo que tenías que hacer
tan, tan importante? —preguntó Janey,
con las cejas levantadas al máximo—.
¿Arrastrarnos por medio país para ver
un dibujo de tiza?
—Venga, ahora ya estamos aquí.
Simplementetomad asiento y comed un

sándwich —dijo Helen sentada con la
espalda recta como si esperara que fuera
a ocurrir algo extraordinario.
—Bueno, ¿y dónde estamos? —
Janey echó un vistazo al paisaje que las
rodeaba, dominado por la gruesa silueta
blanca del hombre desnudo y con
envidiables
atributos—.
Y más
concretamente, ¿por qué?
—Oh, voy comerme un sándwich,
¡tengo un hambre atroz! —decidióElizabeth. Estaba a punto de desfallecer
por el cansancio, a pesar de haber
pasado la mayor parte del larguísimo
viaje roncando en la parte trasera del
coche. Se desplomó sobre la hierba,
desprovista de bragas, junto a su amiga

y acercó la cesta de picnic
resueltamente. Janey resopló como si
quisiera decir «si no puedes vencerlas,
únete a ellas», y las siguió de mala gana,
murmurando algo relativo a susalud
mental.
—Es un símbolo ancestral de
fertilidad —explicó Helen.
—¡Nunca me lo habría imaginado!
—dijo Elizabeth, hincándole el diente a
un panecillo relleno de salchichas tan
ansiosamente que el hombre de tiza casi
hizo una mueca.
Helen continuó explicando:
—Bien, hace un par de semanas
estaba viendo un programa sobre una
serie de mujeres que no habían podido

concebir. Habían venido a estelugar
como último recurso y se habían sentado
sobre su… bueno, aquí, durante un rato,
y el setenta y ocho por ciento de ellas, el
setenta y ocho por ciento de ellas, se
quedaron embarazadas.
Se produjo un dramático silencio
durante el cual Helen esperó que sus
amigas se quedaran impresionadas.
—Bueno, tengo que decirlo y espero
que me disculpes el juego de palabras
—espetó Elizabeth, engullendo...
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