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dije viéndovaler una fortuna
-le
la volar por el aire.
ahora seguro que 1o vale
é1
-Desde
-dijo
lanzándose a correr tras e11a-. ¡Vamos!, el último
grltó, sabiendo
que la toca es un perdedor
-me
quecon eso me hería el amor propio.
Organizamos dos equipos de unos quince jugadores por lado. Improvisamos dos arcos
con nuestra ropa y, desde entonces, empleamos
el resto de nuestros días en jugar a labola. No
había placer más grande que correr tras ella, y,
aspirar a controlarla con propiedad se convirtió en todo un desafío. Rara vez se podía tomar
el balón en medio de tantas piernas. Más bien
laveíamos pasar de un lado a otro y hacia allá
corríamos todos, como imantados por un poderoso talismán. Ese día, por fin, supe que lo
que tanto esperaba había aparecido en mi vida.
Y no fui el único.Mis compañeros de curso y
cada brasileño sintió lo mismo. A partir de entonces, lo que más disfrutábamos era practicar
este nuevo deporte. No recuerdo una tarde de
mi infancia en que no haya estado conmis amigos bajo el sol implacable de Río, jugando con
la cara empolvada y sudorosa. Poco a poco, casi
sin darme cuenta, me convertí en uno de esos
niños que no almorzaban, que no dormían, de

-Debe14

iban a la cama y podían dormir abrazados a la bola, admirando su asombrosa y sencilla redondez.
Ahora es cuando debo confesarles algo:
Ios que se

¿r

los doce años comencé a preguntarmeseriamente si había nacido o no para jugar a la
bola. Quiero deciq, pensé si tal vez debía dedicar
cl resto de mi vida a eso. En Río de ]aneiro ya

lrabían nacido clubes que se organizaban y
jugabansemanalmente en distintos barrios,
disputando un trofeo que se entregaba al final
de la liga. Los periodistas de Ia Gazzeta Sportirsa
le llamaron el Tomeo Carioca. A los jugadores
todavía no les pagaban unsueldo, pero ya
ocurría algo muy interesante: se hacían apuestas
por el resultado de los partidos. Cuando un
equipo ganaba,la persona encargada del club
tomaba el dinero recaudado y lo repartía entre...