Abc El Buen Juez
Publicado en ABC, el 7 de abril de 1951
Por RAMÓN SERRANO SUÑER
El magistrado francés Pablo Magnaud, nacido Bergerac ahora hace un siglo, alcanzó gran popularidad en toda Europa y fue llamado “el Buen Juez” por sus sentencias un poco revolucionarias, como aquella –muy conocida de los estudiosos del Derecho penal- en la que absolvió a Elisa Ménard procesada por robo de unpan para dar de comer a su madre anciana y enferma.
El buen juez a que, aquí y ahora, voy a referirme, no es precisamente aquel presidente de Tribunal de Château-Thierry que, humanizando la justicia, prescindía a veces del derecho escrito y de la rigorosa literalidad de la ley: interesante figura que nuestro “Azorín” ha hecho revivir, adivinando su simpática intimidad, en las páginas de uno desus libros mejores –“Los pueblos”-, y en una época en que ciertos fetichismo político todavía no habían comenzado a declinar. (Aplaudido con entusiasmo su espíritu generoso por Clemenceau y Anatolio France, los primeros en darle aquel calificativo que bien pronto hizo fortuna; sostenido en su apostolado por eminentes maestros como Gény y Saleilles desde sus cátedras Dijon y París, no le faltaron albuen juez Magnaud censuras ni hostilidades, llegando a decirse en la gran Prensa francesa que 2no pronunciaba sentencias y favorables sino para los malandrines y ganapanes”).
No, mi buen juez no es ése, o, por lo menos, no es sólo ése. El buen juez de que voy a ocuparme aspira a ser el arquetipo de los celadores de la Justicia; del hombre a quien la sociedad confía la misión de velar para queella descanse tranquila en la seguridad del orden jurídico. Acaso esta misma sociedad no se haya dado cuenta de que esa misión, sublime en su esencia –como función casi divina- es la más necesaria que puede darse en las formas civilizadas de vida humana; y que requiere, para su eficacia y para su perfecta realización, condiciones de la más alta calidad espiritual, en ocasiones heroicas, en loshombres que la encarnan.
El juez, el buen juez, ante todo, ha de ser inteligente. Ha de tener esa receptividad que permite “entender” y seleccionar la verdad en el mare mágnum de las alegaciones de las partes, siempre interesadas y no siempre investidas de buena fe; ha de separar de la hojarasca forense la inútil ganga en que se esconde el “substratum” de las cuestiones. Y, con agilidad mentalsuficiente, ha de ser capaz de pasar de un asunto a otro, y de una materia determinada a la que es su contraria o su más alejada.
Habrá de tener intuición, porque hay cosas que no penetran en el crisol del conocimiento por la larga vía del discurso, sino a través de estos golpes de vista fugaces y certeros que son como ráfagas u ondas invisibles.
Será docto en saberes de todas clases.Principalmente en ciencias jurídicas, pues que en ocasiones habrá de “crear” Derecho, completando la labor del legislador, no siempre cabal ni adaptada a la fecunda casuística de la realidad. (El legislador puede ser indocto y, a veces, es analfabeto. El juez no puede serlo porque la ley, que, como dice Carnelutti, no es casi nunca un producto enteramente elaborado, recibirá en sus manos muchas veces –casisiempre- una elaboración ulterior.)
Pero no le bastará –como en general no basta para ninguna función social- la cultura de su especialidad, porque los actos humanos son complejos, y el juez ha de decidir sobre actos humanos. Le conviene, por lo tanto, una complementaria formación humanística, en el más claro sentido de la palabra. El saber sobre las cosas del hombre. Y si para nada ha deservirle el lastre de una erudición pedante (en otra ocasión criticaré la jurisprudencia dogmática), siempre será malo que el juez no sienta curiosidad por la historia, la literatura, los principios de las ciencias, la filosofía…, por alguna de las gamas del saber a través de las cuales se comprende la naturaleza humana. Una cierta holgura y variedad intelectual templarán sus facultades para el...
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