acceso
de carreteras de Palestina, no habían recibido, sin embargo, ni una sola cocina de campaña, únicamente
cuatro batallones estaban listos para combatir. El comandante adjunto de las tropas, un coronel sudanés
llamado Mohamed Neguib, informó a sus superiores precisando que se encaminaban aldesastre.
—¡Absurdo! —respondió el general en jefe, Ahmed Alí el Muawi—. Nuestras tropas no
encontrarán verdadera oposición y, de todas formas, el deber del Ejército es cumplir las órdenes, no
discutirlas.
Quinientos kilómetros al Norte, ochocientos hombres que acababan de reforzar las huestes de los
ejércitos árabes desembarcaron en el puerto libanes de Sidón. Con albornoces de lana colorcrema
colgando sobre sus hombros y un pequeño ejemplar del Corán oculto en una bolsita de cuero pendiente
del cuello, aquellos voluntarios marroquíes aportaban la contribución de África del Norte a la futura
Dominique Lapierre & Larry Collins oh, jerusalén
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djihad. Con gesto solemne, el presidente del Líbano, Riad Solh, los puso en la carretera de Jerusalén.
Luego, satisfecho, el hombre queconvenció a Faruk a que entrase en guerra, regresó a su capital para
efectuar otro gesto, que revelaría de forma punzante la naturaleza fratricida del conflicto. Encargó a un
destacamento de su minúsculo Ejército que asegurase la protección del viejo barrio judío de Beirut.
Fiel a su vocación histórica, la capital de los califas omeyas era, de todas las ciudades árabes, la
que más mostraba subélico ardor. Los carros blindados de la brigada siria desfilaban cada día por las
calles de Damasco entre las frenéticas ovaciones de miles de habitantes. Respondiendo a la llamada del
presidente del Consejo, Jamil Mardam, el Parlamento sirio votó, a su vez, la declaración de guerra al
futuro Estado judío y decretó el cierre de las fronteras, a toda circulación, dos horas antes de la
expiracióndel mandato británico en Palestina. A fin de instruir a cinco mil nuevos reclutas, el
Parlamento votó un crédito de seis millones de libras sirias. Paradoja significativa, esta suma procedía
del impuesto satisfecho por los jóvenes sirios deseosos de escapar al servicio militar.
En el «Hotel Orient Palace», santuario de la intriga en Damasco, Hadj Amin circulaba de salón en
salón protegido porsu inseparable chaleco blindado. El Muifti esperaba otro desenlace. Sus
combatientes de la guerra santa no habían sido capaces de arrojar a los judíos al mar. Apenas podían
defender los territorios que ocupaban. El destino de Palestina reposaba ahora en otras manos: las que
conducían a los ejércitos árabes regulares y, sobre todo, las de su rival, el monarca de Ammán.
Durante una sesiónsecreta del Consejo de Guerra árabe, Abdullah consiguió, tras dos días de
agrias discusiones, contrarrestar el proyecto favorito de Hadj Amin: proclamar, a la marcha de los
ingleses, un Estado árabe en Palestina bajo la égida de su Alto Comité. El Consejo decidió que fuese
confiada a la Liga la administración de todos los territorios de Palestina que iban a pasar bajo control
árabe.
Pero Hadj Aminno se daba por vencido. Tras haber felicitado a su protector, Faruk, por su entrada
en la guerra, envió un mensaje secreto al Cuartel General del Ejército egipcio en El Arish para
recomendar que las tropas no fuesen dirigidas hacia Tel-Aviv, sino hacia Jerusalén. Tras doce años de
exilio, Hadj Amin seguía siendo el Gran Mufti de la ciudad Santa. Solamente desde sus murallas podría
volver atomar el control de Palestina, y su esperanza más segura se cifraba en el Ejército egipcio. Pero
sabía demasiado bien que sus oportunidades de regresar a Jerusalén serían muy escasas, tanto en el
caso de una victoria de Abdullah como de los judíos.
La vieja escollera se adentraba en el agua resplandeciente de sol. Sus gastados pilares habían sido
plantados en el fondo del golfo de Aqaba,...
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