Acerca De Roderer
GUILLERMO
MARTINEZ
ACERCA
DE RODERERBIBLIOTECA ARGENTINA
LA NACION
Diseño de cubierta: Mario Blanco / María Inés Linares
Diseño de interior: Orestes Pantelides
© Guillermo Martínez, 1992, 1999
© De esta edición, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C., 2002
Independencia 1668, 1100 Buenos Aires
Edición especial para La NaciónISBN 950–49–0882–9
Hecho el deposito que prevé la ley 11.723
Impreso en la Argentina
Esta edición se terminó de imprimir en:
New Press Grupo Impresor S.A.,
Paraguay 264, Avellaneda, provincia de Buenos Aires,
en el mes de febrero de 2002
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño e la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en maneraalguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.
A Eugenia
Uno
Vi a Gustavo Roderer por primera vez en el bar del Club Olimpo, donde se reunían a la noche los ajedrecistas de Puente Viejo. El lugar era lo bastante dudoso como para que mi madre protestara en voz baja cada vez que ibaallí, pero no lo suficiente como para que mi padre se decidiera a prohibírmelo. Las mesas de ajedrez estaban en el fondo; eran apenas cinco o seis, con el cuadriculado tallado en la madera; en el resto del salón se jugaba al siete y medio o a la generala en rondas apretadas y tensas desde donde llegaba, mas amenazante a medida que avanzaba la noche, la seca detonación de los cubiletes y las vocesque se alzaban para pedir ginebra.
Por mi parte, como estaba convencido de que los grandes ajedrecistas debían mantenerse orgullosamente apartados de todo lo terreno, miraba en aquel mundo ruidoso con un tranquilo disgusto, aunque no dejaba de molestarme –y de arruinar mi satisfecha superioridad moral– que este rechazo mío coincidiera con los argumentos virtuosos de mi madre. Mas perturbador meresultaba descubrir que los dos mundos no estaban del todo separados; me habían señalado entre esas mesas de juego a muchos de los que habían sido alguna vez los ajedrecistas mas notables del pueblo, como si una fascinación irresistible, una oscura inversión de la inteligencia, arrastrara hacia allí tarde o temprano a los mejores. Yo había visto luego a Salinas, que era a los diecisiete anos elprimer tablero de la provincia, quedarse poco a poco del otro lado, y me jure entonces que a mi no me ocurriría lo mismo.
La noche que conocí a Roderer tenia como plan reproducir una miniatura del Informador y jugar tal vez un par de partidas con el mayor de los Nielsen. Roderer estaba de pie junto a la barra, hablando con Jeremías, o, mejor dicho, el viejo le hablaba mientras alzaba unosvasos a la luz y Roderer, que ya había dejado de escucharlo, miraba el rápido giro del repasador, el vidrio que resplandecía brevemente en lo alto, con esa expresión ausente con que podía apartarse de todo en medio de una conversación. Apenas me vio Jeremías me hizo una sena para que me acercara.
–Este muchacho –me dijo– parece que se queda a vivir acá. Anda buscando con quien jugar.
Roderer habíasalido a medias de su ensimismamiento; me miro un poco, sin demasiada curiosidad. Yo, que en esa época tendía mi mano sin dudar, porque este saludo de hombres, digno y distante, me parecía una de las mejores adquisiciones de la adolescencia, me contuve y solo dije mi nombre: había algo en el que parecía desanimar el menor contacto físico.
Nos sentamos en la ultima mesa. En el sorteo de color me...
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