act 7
El alquimista
H.P. Lovecraft (1890-1937)
En la herbosa cima cubierta por los arboles de la selva esta la vieja mansión de mis antepasados. Durante siglos sus almenas han contemplado el salvaje y accidentado terreno circundante, sirviendo de hogar y fortaleza para la casa altanera cuyo linaje es más viejo que los muros del castillo, que en la época Feudal formaba una de las más temidas yformidables fortalezas de toda Francia; muchos varones, condes y reyes han sido desafiados, sin que nunca resonara en sus salones el paso del invasor.
Pero todo ha cambiado desde aquellos gloriosos años. Una pobreza rayana en la indigencia, unida a la altanería que impide a los vástagos del linaje mediante el comercio, mantener sus posesiones en su primitivo esplendor; y las derruidas piedras de losmuros, la maleza que invade los patios, el foso seco y polvoriento, así como las baldosas sueltas, las tablazones comidas de gusanos y los deslucidos tapices del interior, narra un cuento de perdidas grandezas. Con el paso de las edades, primero una, luego otra, las cuatro torres fueron derrumbándose, hasta que tan sólo una sirvió de cobijo a los descendientes de los otrora poderosos señores dellugar.
En esa torre que aún seguía en pie donde yo, Antoine, el último de los desdichados y maldecidos condes de C., vine al mundo, hace diecinueve años. Entre esos muros, los salvajes barrancos y las grutas de la ladera, pasaron los primeros años de mi atormentada vida. Nunca conocí a mis progenitores. Mi padre murió a la edad de treinta y dos, un mes después de mi nacimiento, alcanzado por unapiedra de uno de los abandonados parapetos del castillo; y, habiendo fallecido mi madre al darme a luz, mi cuidado y educación corrieron a cargo del único servidor que nos quedaba, un hombre anciano y fiel de notable inteligencia, que recuerdo que se llamaba Pierre. Yo era un chiquillo, y la carencia de compañía que eso acarreaba se veía aumentada por el extraño cuidado que mi añoso guardián setomaba para privarme del trato de los muchachos campesinos, aquellos cuyas moradas se desperdigaban por los llanos circundantes en la base de la colina. Por entonces, Pierre me había dicho que tal restricción era debida a que mi nacimiento noble me colocaba por encima del trato con aquellos plebeyos. Ahora sé que su verdadera intención era ahorrarme los rumores que corrían acerca de la maldición queafligía a mi linaje, cosas que se contaban en la noche y eran magnificadas por los aldeanos.
Aislado, librado a mis propios recursos, ocupaba mis horas de infancia en hojear los viejos tomos que llenaban la biblioteca del castillo, colmada de sombras, y en vagar por el perpetuo crepúsculo del espectral bosque que cubría la falda de la colina. Fue quizás a tales contornos el que mi mente adquirierapronto tintes de melancolía. Esos estudios tocaban lo oscuro y lo oculto de la naturaleza eran lo que más llamaban mi atención.
Poco fue lo que me permitieron saber de mi propia ascendencia, y lo que supe me sumía en depresiones. Al principio, fue sólo la clara renuencia mostrada por mi viejo preceptor a la hora de hablarme de mi línea paterna lo que provocó la aparición de ese terror que yosentía cada vez que se mentaba a mi gran linaje, al abandonar la infancia conseguí fragmentos inconexos de conversación, dejados escapar por una lengua que iba traicionándolo con la llegada de la senilidad, y que tenían alguna relación con un acontecimiento que yo siempre había considerado extraño, y que empezaba a volverse terrible. A lo que me refiero es a la temprana edad en la que los condes de milinaje encontraban la muerte.
Aunque hasta ese momento había considerado un atributo de familia el que los hombres fueran de corta vida, reflexioné sobre aquellas muertes prematuras, y comencé a relacionarlas con los desvaríos del anciano, que a mencionaba una maldición que durante siglos había impedido que las vidas de los portadores del título sobrepasasen los treinta y dos años. En mi...
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