acuérdate de olvidar
Angela Patricia Cardenas
Competencias Comunicativas
Grupo 47
Angela Patricia Cardenas Lozano
Analisis critico
Acuérdate de olvidar
Padres: tres estampas del álbum familiar
Héctor Abad Faciolince
¿Por qué después de escribir El olvido que seremos, Héctor Abad Faciolince vuelve a detenerse en la imagen de su padre? Este testimonio narra fragmentosperdidos y resalta el valor de recordar y olvidar.
Una vez un amigo me contó una historia que yo siempre he querido olvidar. Hubiera querido que nunca me la contara, pero la historia ya está en mi cabeza y no he podido sacarla de ahí. Ahora ustedes la van a oír y tal vez me odien por contarla, porque de ahora en adelante también tendrán la maldición de recordar sin querer. Les doy una opción, lo quehacía mi hijo cuando empezaba la parte de terror en los cuentos infantiles: cierren los ojos, tápense los oídos. La historia tiene la sencillez que casi siempre tiene lo terrible: este amigo iba en carro con su familia para la costa, en una pick-up. Iba con la mujer, con los dos hijos, y con el perro de todos, Toni. El perro era un Springer Spaniel (blanco con manchas cafés) y lo amarraron atrás,en el espacio destapado, en el volco de la pick-up, pues el perro era necio y resultaba muy incómodo llevarlo diez horas dentro de la cabina cerrada del carro. Eran las cuatro de la madrugada, estaba muy oscuro, y de vez en cuando todos revisaban que el perrito estuviera bien y a gusto atrás, donde le habían hecho un nido con una cobija. A veces ladraba, saludando, a veces aullaba, a veces apoyabasus patas en el vidrio. Subiendo por Matasanos los niños se durmieron, y mi amigo, que iba manejando, pensó que el perro se había dormido también. Después de un tiempo, le pareció extraño que el perro no volviera a asomarse y les pidió a sus hijos que miraran hacia atrás, a ver cómo iba Toni. Ya no estaba. Solamente se veía la correa colgando hacia afuera; pero sin que nadie se diera cuenta, elperrito se había tirado o se había caído del platón y estaba colgando de la cadena. Toni seguía amarrado del pescuezo, estrangulado, dándose golpes contra el pavimento. Pararon. Un pellejo con manchas de sangre, magullado, destrozado. Una piltrafa. Y los niños lo vieron.
Otro amigo me contó una historia peor que la anterior. Yo no hubiera querido oírla y tampoco quisiera tener que recordarla.Tápense los oídos, cierren los ojos los que no quieran conservar horrores revoloteando dentro de las paredes del cráneo. Es la historia de un buen artista antioqueño que un día sale de su casa con afán. Este hombre tiene un niño pequeño, que ya gatea. El padre abre la puerta del garaje, se sube al carro, pone reversa, acelera. Algo blando se interpone entre las llantas y el piso, y el carro loaplasta. Es el niño, su niño, que había salido gateando detrás de él. Sí. Estripado, muerto. Un simple descuido, una prisa, puede convertir nuestra vida para siempre en una pesadilla, en un infierno de remordimiento. En algo que quisiéramos olvidar. El momento fatal puede manchar de dolor la vida entera.
Escribo esto porque hace 25 años –un cuarto de siglo ya– mi madre y yo encontramos a mi papátirado en el suelo, empapado en un charco de sangre, su propia sangre. Quieto, abaleado, muerto, tibio todavía.
Unos doce años antes, mi papá me había llevado a la morgue de Medellín a conocer un muerto. Conocí muchos muertos ese día, hasta que caí desmayado por la vista de los huesos, la sangre, los cráneos aserrados, el olor a muerte y a formol. Tal vez mi papá, al llevarme a ver esos cadáveres,me estaba preparando para que yo fuera capaz de soportar su propia muerte violenta. No sirvió. Uno nunca está preparado para eso.
Cuando mi mamá y yo estábamos sentados al lado del cuerpo de mi padre recién asesinado, insistimos tozudamente en algo: no se lo pueden llevar hasta que no vengan todas mis hermanas; estamos dispuestos a abrazarnos a él con tal de que no se lo lleven; todas mis...
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