Adas
tranvía, procuraba sentarse sobre la mano derecha, para estar tan cerca de la acera como fuera
posible.Así, dos veces al día, en su viaje de ida y en su viaje de vuelta de la oficina, Erwin
observaba por la ventanilla y seleccionaba su harén. ¡Dichoso Erwin, dichoso por vivir en una
ciudad alemana tanconveniente, tan propia de un cuento de hadas!
Durante la mañana, en su viaje de ida, registraba una acera; al atardecer, en su viaje de vuelta,
la otra. A una a la ida, a la otra a la vuelta,bañábalas el sol con una luz voluptuosa, ya que
también el sol iba y volvía. No olvidemos que Erwin padecía de una timidez tan mórbida que
sólo una vez en su vida, incitado por descarados amigotes, habíaabordado a una mujer, y ella le
había respondido, con toda serenidad: “Deberías avergonzarte. Déjame en paz". A partir de tal
episodio, había eludido toda conversación con jóvenes desconocidas. A modode
compensación, separado de la calle por el vidrio de la ventanilla, presionando sus costillas con
su cartera, con sus raídos pantalones a rayas, con la pierna estirada debajo del asiento deenfrente (si nadie lo ocupaba), Erwin contemplaba, con toda audacia y libertad, a las
muchachas de paso, y, súbitamente, se mordía el labio inferior: esto significaba la captura de
una nueva concubina;después de lo cual, la dejaba de lado, por así decirlo, y su rápida mirada,
saltando como la aguja de una brújula, ya emprendía la búsqueda de la siguiente. Tales bellezas
estaban lejos de él, y, porlo tanto, su huraña timidez no afectaba las dulzuras de la libre
elección. En cambio, si acaso se sentaba una muchacha en el asiento diagonalmente opuesto al
suyo, y un leve sobresalto le indicabaque era bonita, él retraía su pierna, con una evidente
hosquedad que no se avenía con su juventud, y le resultaba imposible inventariarla: los huesos
de su frente padecían -exactamente sobre...
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