Agatha Christie
Agatha Christie
Lady Grayle estaba nerviosa. Desde que había subido a bordo del Fayoum, se quejaba de todo. No le gustaba su camarote. Podía soportar el sol de la mañana, pero no el de la tarde. Su sobrina, Pamela Grayle, le cedió amablemente su propio camarote, situado al otro lado. Lady Grayle lo aceptó de mala gana.
Reprendió a su enfermera, Mrs. Mac Naughton, porno haberle traído el chal que quería y por haber empaquetado la almohada pequeña en lugar de dejarla fuera. Y había reprendido a su esposo, sir George, por haberse equivocado de collar. Lo que ella quería era lapislázuli y no coralina. ¡George era un tonto!
Sir George le dijo, apurado:
—Lo siento, querida, lo siento. Voy a cambiarlo. Hay tiempo de sobra.
No reprendió a Basil West, el secretarioparticular de su esposo, porque nadie amonestaba a Basil, cuya sonrisa le desarmaba a uno antes de empezar.
Pero lo peor cayó sobre el intérprete árabe, un personaje imponente y ricamente vestido al que nada inmutaba. Cuando lady Grayle descubrió a un extraño en uno de los sillones de mimbre y se dio cuenta de que era un compañero de viaje, los cálices de su ira se vertieron como si fuesen agua.—En las oficinas me dijeron con toda claridad que nosotros seríamos los únicos pasajeros! ¡Que era el final de la temporada y no vendría nadie más!
—Es cierto, señora —dijo Mohamet—. Solamente usted y la compañía. Un caballero, nada más.
—Pero a mí me dijeron que seríamos únicamente nosotros.
—Muy cierto, señora.
—¡No es cierto! ¡Es una mentira! ¿Qué hace este hombre aquí?
—Vino más tarde,señora. Después de haber tomado ustedes los billetes. No decidió venir hasta esta mañana.
—¡Esto es una perfecta estafa!
—Muy cierto, señora, pero éste es un caballero muy tranquilo, muy fino y muy tranquilo.
—¡Usted es un tonto! No entiendo nada. Miss Mac Naughton, ¿dónde está? Oh, está aquí. Le he dicho y repetido que esté cerca de mí. Puedo desmayarme. Ayúdeme a ir al camarote y déme unaaspirina, y no deje que Mohamet se me acerque. Dice continuamente: «Muy cierto, señora», y acabaría por hacerme chillar.
Miss Mac Naughton le ofreció el brazo sin decir una palabra. Era una mujer alta, de treinta y cinco años, una belleza morena, de maneras tranquilas. Instaló a lady Grayle en su camarote, la recostó en almohadones, le administró una aspirina y escuchó su débil lista de quejas.Lady Grayle tenía cuarenta y ocho años. Desde los dieciséis había padecido la dolencia de tener demasiado dinero. Se había casado con aquel baronet empobrecido, sir George Grayle, hacía diez años.
Era una mujer grande, no mal parecida en cuanto a sus rasgos, pero tenía un rostro inquieto y arrugado, y el abuso de los cosméticos había venido a acentuar los estragos del tiempo y del carácter. Sucabello había sido sucesivamente rubio platino y rojo anaranjado, y en consecuencia, parecía viejo. Vestía con exagerada riqueza y llevaba demasiadas joyas.
Terminó con estas palabras, que la silenciosa Mac Naughton recibió con la misma impasibilidad:
—¡Dígale a sir George que debe echar a ese hombre fuera del barco! Yo debo estar tranquila después de todo lo que he tenido que soportar últimamente —ycerró los ojos.
—Sí, lady Grayle —dijo miss Mac Naughton, y salió del camarote.
El ofensivo pasajero llegado en el último momento continuaba en su sillón de mimbre. De espaldas a Luxor, estaba observando, a través del Nilo, las distintas montañas que aparecían doradas sobre una línea verde oscuro. Miss Mac Naughton le dirigió una viva mirada de apreciación en el momento de pasar por delante deél.
Encontró a sir George en el salón. Tenía en la mano una sarta de cuentas que observaba detenidamente con aire de duda.
—Dígame, miss Mac Naughton, ¿cree usted que éstas servirán?
Miss Mac Naughton miró un momento el lapislázuli.
—Muy bonito, de verdad —dijo.
—¿Usted cree que lady Grayle quedará contenta?
—Oh, no. Yo no diría tanto, sir George. Ya lo ve, nada la deja contenta. Ésta es...
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