Agua para Elefantes
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Sara Gruen
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Para Bob, que sigue siendo mi arma secreta.
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Pensé lo que decía y dije lo que pensé...
¡Un elefante es fiel al cien por cien!
THEODOR SEUSS GEISEL
Horton Hatches the Egg,1940
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PRÓLOGO
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Sólo quedaban tres personas bajo el toldo blanco y rojo del puesto de
comida: Grady, el cocinero y yo. Grady y yo estábamos sentados a una mesa de
madera desgastada delante de sendas hamburguesas sobre platos abollados de
hojalata. El cocinero se encontraba detrás delmostrador, rascando la parrilla
con el canto de la espátula. Había apagado la freidora un rato antes, pero el olor
de la grasa seguía flotando en el aire.
El resto de la explanada, en la que hacía poco bullía una multitud, ahora
estaba vacío salvo por un puñado de empleados y un pequeño grupo de
hombres que esperaban a ser conducidos hasta la carpa del placer. Miraban
nerviosamente de un lado a otro,con los sombreros bien calados y las manos
metidas hasta el fondo de los bolsillos. No quedarían decepcionados: en algún
lugar detrás de la gran carpa, Barbara esperaba dispuesta a desplegar sus
encantos.
Los demás lugareños, palurdos como los llamaba Tío Al, ya se habían
repartido entre la tienda de las fieras y la gran carpa, que vibraba con música
frenética. La banda recorría surepertorio con su habitual volumen
ensordecedor. Yo conocía la rutina de memoria: en aquel preciso instante, la
formación de la Gran Parada salía ya y Lottie, la trapecista, ascendía por el
poste de la pista central.
Miré a Grady fijamente, intentando procesar lo que estaba diciendo. Él
miró alrededor y se acercó más a mí.
—Además —dijo mirándome con intensidad a los ojos—, me da la
impresión deque en este momento tienes mucho que perder —levantó las cejas
para añadir énfasis a la frase. El corazón me dio un vuelco.
Una ovación atronadora estalló en la gran carpa y la banda atacó sin
preámbulos el vals de Gounod. Me volví instintivamente hacia la carpa de las
fieras, porque era la señal para empezar el número de la elefanta. Marlena
estaría preparándose para montar a Rosie o yasentada en su cabeza.
—Tengo que irme —dije.
—Siéntate —dijo Grady—. Come. Si estás pensando en largarte, puede
que pase algún tiempo antes de que vuelvas a ver comida.
En ese momento la música paró en seco. Se oyó una alarmante colisión
de metales, vientos y percusión, trombones y pícolos formaron un alboroto, la
tuba soltó un pedo y el tañido hueco de unos platillos salió disparado de la
carpa,voló sobre nuestras cabezas y se perdió en el olvido.
Grady se quedó paralizado, encorvado sobre su hamburguesa con los
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meñiques rígidos y los labios tensos.
Miré a ambos lados. Nadie movía un músculo, todos los ojos estaban
orientados hacia la gran carpa. Unas cuantas hebras de heno rodaban perezosas
sobre la tierra pisoteada.
—¿Qué eseso? ¿Qué pasa? —pregunté.
—Shhh —me hizo callar Grady. La banda volvió a tocar, interpretando
Barras y estrellas.
—¡Dios! ¡Mierda! —Grady tiró la comida sobre la mesa y se levantó de
un salto, derribando el banco.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —le grité, porque ya se alejaba de mí corriendo.
—¡La Marcha del Desastre! —aulló por encima de su hombro.
Me volví apresurado hacia el cocinero, que estabaluchando con su
delantal.
—¿De qué demonios habla?
—La Marcha del Desastre —dijo mientras se arrancaba el delantal por
encima de la cabeza—. Significa que algo ha salido mal... Muy mal.
—¿Como qué?
—Podría ser cualquier cosa: un incendio en la carpa, una estampida,
cualquier cosa. Dios santo. Los pobres palurdos seguramente ni se han dado
cuenta todavía —se agachó para salir por debajo del...
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