Alargando el hilo
Observaba las palmas de sus manos esperando una reacción. No temblaban, no estaban tensas, y eso le llamaba poderosamente la atención. Se encontraba sentado en una silla de madera en mitad del pasillo, junto a una pequeña mesita adornada con un bonito jarrón coronado de flores frescas. Observaba sus manos, expectante, esperando una reacción natural e incontrolable, pero nadaocurría. Después del horrible crimen que acababa de cometer lo mínimo que hubiera esperado era no poder controlar la ira temblando en sus manos, sentir el odio concentrado hirviendo en su sangre o no lograr contener un terrible alarido de horror, pero nada de eso ocurría. Estaba tranquilo. Extraordinaria y confusamente tranquilo, como si ya lo hubiera hecho antes. Y sí, sí que lo había hechoantes, pero de aquello hacía ya muchísimo tiempo.
Para alguien en su situación era imposible olvidar aquella primera muerte que definió el resto de su existencia, aunque lo hubiera deseado no hubiera podido dejarlo atrás. Intentó recordar cómo se sintió aquella otra vez, qué sintió al notar la sangre resbalando entre sus dedos, al ver el cuerpo inerte caer a sus pies, al saber que con aquelacto podía estar condenándose para toda la eternidad, pero sólo logró recordar el frío acero del puñal apretado con furia en su mano, recordó el amargo sabor que le dejó aquella venganza y lo mucho que había pagado su culpa. No, aquella fría calma no se parecía en nada a lo que sintió la primera que asesinó a alguien querido.
Observó el cuerpo de la joven junto a él, a un lado sobre elsuelo del pasillo, donde la ira y la locura nublaron su mente. La mirada de la chica se encontraba perdida, como si aún buscara la salvación en el techo del apartamento. Llevaba puestos los tacones rojos y el vestidito de flores hasta los muslos que a él tanto le gustaba. También llevaba puestos los pendientes que él le regaló para su último cumpleaños. Llevaba el pelo castaño recogido y alrededordel cuello la marca amoratada de los dedos de un hombre que no había sabido aceptar que ella ya no le amaba.
Volvió de nuevo su atención a sus propias manos, aquellas que habían arrancado el último aliento a una joven con toda la vida por delante. Se preguntó por qué lo había hecho y no halló una respuesta que le convenciera. Ella ya no le amaba, era cierto, ella misma se lo había dejadobien claro, pero él había insistido. Había seguido visitándola, o más bien acosándola… persiguiéndola. La esperaba en la puerta de su trabajo en unas oficinas del centro y la abordaba a la salida para implorarle que le diera otra oportunidad. La llamaba continuamente al teléfono, que él dejaba sonar infatigablemente, pero ella nunca respondía. Incluso llegaba a pasar varias horas llamando a supuerta a altas horas de la madrugada cada vez que el insomnio o el alcohol le recordaban su ausencia. Lo cierto es que, viéndolo desde ese ángulo, no le extrañaba nada que todo hubiera terminado de aquella manera, incluso le parecía que, de alguna manera, sabía que aquello iba a ocurrir tarde o temprano.
Sus manos eran el reflejo de su estado de ánimo, una calma total, de las que anunciantormenta. Investigó durante interminables minutos el origen de esa extraña sensación en su interior, buscando su naturaleza, identificando pormenorizadamente la procedencia de esa calma antinatural. Entonces se dio cuenta. El martilleo en sus sienes había detenido su común e incesante golpeteo. El rumor de su mente había enmudecido. Las voces en su cabeza habían desaparecido, habían callado porcompleto. Trató de concentrarse, de escucharlas, debían seguir allí en algún lugar, recordándole y atormentándole por sus pecados del pasado, era imposible que hubieran desaparecido, pero sólo halló silencio. Una idea fue tomando forma en su mente. Sonrió. Supo con certeza que todo acabaría pronto y quizás, después de tanto tiempo, podría descansar.
En aquel momento todo le pareció claro y...
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